La generación de posguerra: Pascual Duarte
1- Lee estos textos y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO 1
1.1- ¿A qué achaca Pascual sus crímenes?
Debido a la vida que ha tenido Pascual y como se ha desenvuelto en un ambiente familiar distinto se puede creer que él mismo lo achaca al comportamiento de sus padres y de como ha sido tratado de joven. Aunque al principio del fragmento dice que todas las personas al nacer se ven dadas con un destino, algunas personas tienen una vida fácil pero otros, como él, tienen una mucho más dura y triste.
1.2-¿Cómo había sido su vida familiar?
Dado que Pascual había crecido en un ambiente bastante malo podemos decir que su vida familiar tampoco fue muy buena. Sus padres discutían todo el rato y se pegaban, incluso él recibió algún que otro golpe. Todos eran muy incultos ya que de pequeño el único que sabía leer era su padre, un tema que también causaba muchas disputas puesto que la madre no sabía.
Dado que Pascual había crecido en un ambiente bastante malo podemos decir que su vida familiar tampoco fue muy buena. Sus padres discutían todo el rato y se pegaban, incluso él recibió algún que otro golpe. Todos eran muy incultos ya que de pequeño el único que sabía leer era su padre, un tema que también causaba muchas disputas puesto que la madre no sabía.
1.3-¿Qué le había pasado a su padre?
Su padre había estado en la cárcel, pero Pascual no sabe cuando puesto que o era muy pequeño o todavía no había nacido. Entró allí por su oficio de contrabandista que tenía desde hace muchos años, y aunque siempre tenía muchas precauciones, un día le siguieron y descubrieron su alijo.
Su padre había estado en la cárcel, pero Pascual no sabe cuando puesto que o era muy pequeño o todavía no había nacido. Entró allí por su oficio de contrabandista que tenía desde hace muchos años, y aunque siempre tenía muchas precauciones, un día le siguieron y descubrieron su alijo.
1.4-¿Cómo se llevaban sus padres?
Sus padres, cuando él era pequeño y también durante el resto de su vida no habían tenido muy buena relación, como hemos dicho antes, se pegaban mutuamente y eran malas personas. Ambos eran incultos y de pueblo lo que a veces favorecía a sus discusiones.
Sus padres, cuando él era pequeño y también durante el resto de su vida no habían tenido muy buena relación, como hemos dicho antes, se pegaban mutuamente y eran malas personas. Ambos eran incultos y de pueblo lo que a veces favorecía a sus discusiones.
1.5-¿Qué diferencias de opinión tenían sobre la necesidad de que Pascual estudiara?
Su padre, al ser el único que sabía leer motivaba a Pascual a seguir estudiando pues consideraba que la inteligencia era una de las maneras de ganar conflictos. Por otro lado, su madre al ser analfabeta e inculta creía que tanta educación no era necesaria y que con la que él tenía hasta el momento era suficiente. Por las ideas de la madre y el apoyo del hijo, que no le gustaba mucho estudiar lograron convencer a su padre y Pascual dejó la escuela a los 12 años.
Su padre, al ser el único que sabía leer motivaba a Pascual a seguir estudiando pues consideraba que la inteligencia era una de las maneras de ganar conflictos. Por otro lado, su madre al ser analfabeta e inculta creía que tanta educación no era necesaria y que con la que él tenía hasta el momento era suficiente. Por las ideas de la madre y el apoyo del hijo, que no le gustaba mucho estudiar lograron convencer a su padre y Pascual dejó la escuela a los 12 años.
1.6-¿Crees que pudo influir este ambiente en sus posteriores crímenes? Justifica tu respuesta.
Sí, pues al estar criado en un ambiente familiar bastante violento el niño puede aprender de estas acciones y ser violento o cometer crímenes en el futuro, aunque no siempre ocurre así. También el poco apoyo de sus padres y que ellos no se molestaran nunca por él puede llevar también a estas acciones.
Sí, pues al estar criado en un ambiente familiar bastante violento el niño puede aprender de estas acciones y ser violento o cometer crímenes en el futuro, aunque no siempre ocurre así. También el poco apoyo de sus padres y que ellos no se molestaran nunca por él puede llevar también a estas acciones.
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían
motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al
nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en
variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas
diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena
marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda
tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de
un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del
inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el
ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre
adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que
después nadie ha de borrar ya.
Nací hace ya muchos años -lo menos cincuenta y
cinco- en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo
estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera
lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días -de una
lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse- de
un condenado a muerte.(...)
De
mi niñez no son precisamente buenos recuerdos los que guardo. Mi padre
se llamaba Esteban Duarte Diniz, y era portugués, cuarentón cuando yo
niño, y alto y gordo como un monte. Tenía la color tostada y un
estupendo bigote negro que se echaba para abajo. Según cuentan, cuando
joven le tiraban las guías para arriba, pero, desde que estuvo en la
cárcel, se le arruinó la prestancia, se le ablandó la fuerza de bigote y
ya para abajo hubo que llevarlo hasta el sepulcro. Yo le tenía un gran
respeto y no poco miedo, y siempre que podía escurría el bulto y
procuraba no tropezármelo; era áspero y brusco y no toleraba que se le
contradijese en nada, manía que yo respetaba por la cuenta que me tenía.
Cuando se enfurecía, cosa que le ocurría con mayor frecuencia de lo que
se necesitaba, nos pegaba a mi madre y a mí las grandes palizas por
cualquiera la cosa, palizas que mi madre procuraba devolverle por ver de
corregirlo, pero ante las cuales a mí no me quedaba sino resignación
dados mis pocos años. ¡Se tienen las carnes muy tiernas a tan corta
edad! Ni con él ni con mi madre me atreví nunca a preguntar de cuando lo
tuvieron encerrado, porque pensé que mayor prudencia sería el no meter
los perros en danza, que ya por sí solos danzaban más de lo conveniente;
claro es que en realidad no necesitaba preguntar nada porque como nunca
faltan almas caritativas, y menos en los pueblos de tan corto personal,
gentes hubo a quienes faltó tiempo para venir a contármelo todo. Lo
guardaron por contrabandista; por lo visto había sido su oficio durante
muchos años, pero como el cántaro que mucho va a la fuente acaba po
romperse, y como no hay oficio sin quiebra, ni atajo sin trabajo, un
buen día, a lo mejor cuando menos lo pensaba -que la confianza es lo que
pierde a los valientes-, le siguieron los carabineros, le descubrieron
el alijo, y lo mandaron a presidio. De todo esto debía hacer ya mucho
tiempo, porque yo no me acuerdo de nada; a lo mejor ni había nacido. Mi
madre, al revés que mi padre, no era gruesa, aunque andaba muy bien de
estatura; era larga y chupada y no tenía aspecto de buena salud, sino
que, por el contrario, tenía la tez cetrina y las mejillas hondas y toda
la presencia o de estar tísica o de no andarle muy lejos; era también
desabrida y violenta, tenía un humor que se daba a todos los diablos y
un lenguaje en la boca que Dios le haya perdonado, porque blasfemaba las
peores cosas a cada momento y por los más débiles motivos. Vestía
siempre de luto y era poco amiga del agua, tan poco que si he de decir
la verdad, en todos los años de su vida que yo conocí, no la vi lavarse
más que en una ocasión en que mi padre la llamó borracha y ella quiso
como demostrarle que no le daba miedo el agua. El vino en cambio ya no
le disgustaba tanto y siempre que apañaba algunas perras, o que le
rebuscaba el chaleco al marido, me mandaba a la taberna por una frasca
que escondía, porque no se la encontrase mi padre, debajo de la cama.
Tenía un bigotillo cano por las esquinas de los labios, y una pelambrera
enmarañada y zafia que recogía en un moño, no muy grande, encima de la
cabeza. Alrededor de la boca se le notaban unas cicatrices o señales,
pequeñas y rosadas como perdigonadas, que según creo, le habían quedado
de unas bubas malignas que tuviera de joven; a veces, por el verano, a
las señales les volvía la vida, se les subía la color y acababan
formando como alfileritos de pus que el otoño se ocupaba de matar y el
invierno de barrer.
Se llevaban mal mis padres; a su poca educación se unía su escasez de virtudes y su falta de conformidad con lo que Dios les mandaba -defectos todos ellos que para mi desgracia hube de heredar- y esto hacía que se cuidaran bien poco de pensar los principios y de refrenar los instintos, lo que daba lugar a que cualquier motivo, por pequeño que fuese, bastara para desencadenar la tormenta que se prolongaba después días y días sin que se le viese el fin. Yo, por lo general, no tomaba el partido de ninguno porque si he de decir verdad tanto me daba el que cobrase el uno como el otro; unas veces me alegraba de que zurrase mi padre y otras mi madre, pero nunca hice de esto cuestión de gabinete.
Se llevaban mal mis padres; a su poca educación se unía su escasez de virtudes y su falta de conformidad con lo que Dios les mandaba -defectos todos ellos que para mi desgracia hube de heredar- y esto hacía que se cuidaran bien poco de pensar los principios y de refrenar los instintos, lo que daba lugar a que cualquier motivo, por pequeño que fuese, bastara para desencadenar la tormenta que se prolongaba después días y días sin que se le viese el fin. Yo, por lo general, no tomaba el partido de ninguno porque si he de decir verdad tanto me daba el que cobrase el uno como el otro; unas veces me alegraba de que zurrase mi padre y otras mi madre, pero nunca hice de esto cuestión de gabinete.
Mi
madre no sabía leer ni escribir; mi padre sí, y tan orgulloso estaba de
ello que se lo echaba en cara cada lunes y cada martes y, con
frecuencia y aunque no viniera a cuento, solía llamarla ignorante,
ofensa gravísima para mi madre, que se ponía como un basilisco. Algunas
tardes venía mi padre para casa con un papel en la mano y, quisiéramos
que no, nos sentaba a los dos en la cocina y nos leía las noticias;
venían después los comentarios y en ese momento yo me echaba a temblar
porque estos comentarios eran siempre el principio de alguna bronca. Mi
madre, por ofenderlo, le decía que el papel no decía nada de lo que leía
y que todo lo que decía se lo sacaba mi padre de la cabeza, y a éste,
el oírla esa opinión le sacaba de quicio; gritaba como si estuviera
loco, la llamaba ignorante y bruja y acababa siempre diciendo a grandes
voces que si él supiera decir esas cosas de los papeles a buena hora se
le hubiera ocurrido casarse con ella. Ya estaba armada. Ella le llamaba
desgraciado y peludo, lo tachaba de hambriento y portugués, y él, como
si esperara a oír esa palabra para golpearla, se sacaba el cinturón y la
corría todo alrededor de la cocina hasta que se hartaba. Yo, al
principio, apañaba algún cintarazo que otro, pero cuando tuve más
experiencia y aprendí que la única manera de no mojarse es no estando a
la lluvia, lo que hacía, en cuanto veía que las cosas tomaban mal cariz,
era dejarlos solos y marcharme. Allá ellos. La verdad es que la vida en
mi familia poco tenía de placentera, pero como no nos es dado escoger,
sino que ya -y aun antes de nacer- estamos destinados unos a un lado y
otros a otro, procuraba conformarme con lo que me había tocado, que era
la única manera de no desesperar. De pequeño, que es cuando más
manejable resulta la voluntad de los hombres, me mandaron una corta
temporada a la escuela; decía mi padre que la lucha por la vida era muy
dura y que había que irse preparando para hacerla frente con las únicas
armas con las que podíamos dominarla, con las armas de la inteligencia.
Me decía todo esto de un tirón y como aprendido, y su voz en esos
momentos me parecía más velada y adquiría unos matices insospechados
para mí. Después, y como arrepentido, se echaba a reír estrepitosamente y
acababa siempre por decirme, casi con cariño:
-No hagas caso, muchacho. ¡Ya voy para viejo!
Y se quedaba pensativo y repetía en voz baja una y otra vez:
-¡Ya voy para viejo... ! ¡Ya voy para viejo...!
Mi instrucción escolar poco tiempo duró. Mi padre, que, como digo, tenía un carácter violento y autoritario para algunas cosas, era débil y pusilánime para otras: en general tengo observado que el carácter de mi padre sólo lo ejercitaba en asuntillos triviales, porque en las cosas de trascendencia, no sé si por temor o por qué, rara vez hacía hincapié. Mi madre no quería que fuese a la escuela y siempre que tenía ocasión, y aun a veces sin tenerla, solía decirme que para no salir en la vida de pobre no valía la pena aprender nada. Dio en terreno abonado, porque a mí tampoco me seducía la asistencia a las clases, y entre los dos, y con la ayuda del tiempo, acabamos convenciendo a mi padre que optó porque abandonase los estudios. Sabía ya leer y escribir, y sumar y restar, y en realidad para manejarme ya tenía bastante. Cuando dejé la escuela tenía doce años; pero no vayamos tan de prisa, que todas las cosas quieren su orden y no por mucho madrugar amanece más temprano.
Y se quedaba pensativo y repetía en voz baja una y otra vez:
-¡Ya voy para viejo... ! ¡Ya voy para viejo...!
Mi instrucción escolar poco tiempo duró. Mi padre, que, como digo, tenía un carácter violento y autoritario para algunas cosas, era débil y pusilánime para otras: en general tengo observado que el carácter de mi padre sólo lo ejercitaba en asuntillos triviales, porque en las cosas de trascendencia, no sé si por temor o por qué, rara vez hacía hincapié. Mi madre no quería que fuese a la escuela y siempre que tenía ocasión, y aun a veces sin tenerla, solía decirme que para no salir en la vida de pobre no valía la pena aprender nada. Dio en terreno abonado, porque a mí tampoco me seducía la asistencia a las clases, y entre los dos, y con la ayuda del tiempo, acabamos convenciendo a mi padre que optó porque abandonase los estudios. Sabía ya leer y escribir, y sumar y restar, y en realidad para manejarme ya tenía bastante. Cuando dejé la escuela tenía doce años; pero no vayamos tan de prisa, que todas las cosas quieren su orden y no por mucho madrugar amanece más temprano.
TEXTO 2
2.1- Resume lo que ocurre
Aquí en este escena del libro acaba de finalizar el funeral del hermano de Pascual. Lola, que ha acudido al funeral del niño, se arrodilla para rezar unas plegarias y Pascual, que la ve desde lejos, siente un deseo hacia ella, por eso minutos después comienzan una conversación. Pascual, al sentirse deseoso la agarra fuertemente del brazo a lo que ella le contesta que es igual a su hermano, el cual había muerto. Debido a esta frase, Duarte la tira al suelo agarrándola del pelo y preguntándole a ella que si le quería. La escena acaba cuando ella tras esta cuestión le responde que sí.
2.2 - ¿Qué dos temas tabú une Cela en este fragmento?
En este fragmento se puede ver la unión de la pasión y el amor aunque más concretamente el deseo sexual que sienten Pascual y su después novia el uno hacia el otro, podría ser un tema muy discutido ya que en esa época no estaban bien vistas las muestras de afecto en público y podrían representar una pérdida del honor. Otro tema tabú expresado en el texto es el tema de la muerte ya que esta escena se presenta en el cementerio después del funeral del hermano de Pascual Duarte.
El entierro, volviendo a lo que íbamos, salió con facilidad; como la fosa ya estaba hecha, no hubo sino que meter a mi hermano dentro de ella y acabar de taparlo con tierra. Don Manuel rezó unos latines y las mujeres se arrodillaron; a Lola, al arrodillarse, se le vetan las piernas, blancas y apretadas como morcillas, sobre la media negra. Me avergüenzo de lo que voy a decir, pero que Dios lo aplique a la salvación de mi alma por el mucho trabajo que me cuesta: en aquel momento me alegré de la muerte de mi hermano... Las piernas de Lola brillaban como la plata, la sangre me golpeaba por la frente y el corazón parecía como querer salírseme de pecho.
No vi marcharse ni a don Manuel ni a las mujeres. Estaba como atontado, cuando empecé a volver a percatarme de la vida, sentado en la tierra recién removida sobre el cadáver de Mario; por qué me quedé allí y el tiempo que pasó, son dos cosas que no averigüé jamás. Me acuerdo que la sangre seguía golpeándome las sienes, que el corazón seguía queriéndose echar a volar. El sol estaba cayendo; sus últimos rayos se iban a clavar sobre el triste ciprés, mi única compañía. Hacia calor; unos tiemblos me recorrieron todo el cuerpo; no podía moverme, estaba clavado como por el mirar del lobo.
De pie, a mi lado, estaba Lola, sus pechos subían y bajaban al respirar...
-¿Y tú?
-¡Ya ves!
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues..., nada! Por aquí...
Me levanté y la sujeté por un brazo.
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues nada! ¿No lo ves? ¡Nada!
Lola me miraba con un mirar que espantaba. Su voz era como, una voz del más allá, grave y subterránea como la de un aparecido.
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues..., nada! Por aquí...
Me levanté y la sujeté por un brazo.
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues nada! ¿No lo ves? ¡Nada!
Lola me miraba con un mirar que espantaba. Su voz era como, una voz del más allá, grave y subterránea como la de un aparecido.
-¡Eres como tu hermano!
-¿Yo?
-¡Tú! ¡Sí!
Fue una lucha feroz. Derribada en tierra, sujeta, estaba más hermosa que nunca... Sus pechos subían y bajaban al respirar cada vez más de prisa. Yo la agarré del pelo y la tenía bien sujeta a la tierra. Ella forcejeaba, se escurría... La mordí hasta la sangre, hasta que estuvo rendida y dócil como una yegua joven.
-¿Es eso lo que quieres?
-¡Sí!
Lola me sonreía con su dentadura toda igual... Después me alisaba el cabello.
-¡No eres como tu hermano... ! ¡Eres un hombre...!
En sus labios quedaban las palabras un poco retumbantes.
-¡Eres un hombre...! ¡Eres un hombre...!
La tierra estaba blanda, bien me acuerdo. Y en la tierra, media docena de amapolas para mi hermano muerto: seis gotas de sangre...
-¡No eres como tu hermano...! ¡Eres un hombre...!
-¿Me quieres?
-¡Sí!
TEXTO 3
3.1- ¿Qué está a punto de hacer Pascual pero no se atreve?
Pascual en esta escena lo que está a punto de hacer pero al principio no se atreve es asesinar a su madre, pero precisamente por eso, porque es su madre y le ha parido no se atreve a hacerlo hasta el final, cuando ya ha decidido que es una mala elección. Pero justo en ese momento, su madre se despierta y se percata de que no hay vuelta atrás, abalanzándose sobre ella. Igualmente puede verse que Pascual es una persona decente y que piensa las cosas con su tiempo y tal vez esa decisión la había tomado impulsivamente.
Pascual en esta escena lo que está a punto de hacer pero al principio no se atreve es asesinar a su madre, pero precisamente por eso, porque es su madre y le ha parido no se atreve a hacerlo hasta el final, cuando ya ha decidido que es una mala elección. Pero justo en ese momento, su madre se despierta y se percata de que no hay vuelta atrás, abalanzándose sobre ella. Igualmente puede verse que Pascual es una persona decente y que piensa las cosas con su tiempo y tal vez esa decisión la había tomado impulsivamente.
3.2- ¿Por qué lo va a hacer? Recuerda la relación con su madre que aparece en el primer texto.
Pascual ha decidido matar a su madre probablemente por todo lo que le hizo pasar, era una mala persona, no parecía tener interés alguno por sus hijos, ya que no quería que Pascual fuera al colegio durante más tiempo y siempre tuvo peleas con él y con el padre. La odiaba bastante pero aún así tiene dudas antes de hacerlo pues ella le dio a luz y le alimento durante toda su vida.
Pascual ha decidido matar a su madre probablemente por todo lo que le hizo pasar, era una mala persona, no parecía tener interés alguno por sus hijos, ya que no quería que Pascual fuera al colegio durante más tiempo y siempre tuvo peleas con él y con el padre. La odiaba bastante pero aún así tiene dudas antes de hacerlo pues ella le dio a luz y le alimento durante toda su vida.
3.3- ¿Crees que la presentación que hizo al inicio de sus padres le sirve de justificación a lo que hace aquí?
Según hemos visto en el primer textos los padres de Pasucal Duarte no le han tratado nunca de una forma adecuada, nunca se habían preocupado por él e incluso en varias ocasiones se han preocupado más por ellos mismos que por sus hijos. En estos años por esta misma conducta el odio hacia sus padres se fue agravando y fue acumulando rencor en su interior, por esta causa decidiría asesinar a su propia madre años después.
Según hemos visto en el primer textos los padres de Pasucal Duarte no le han tratado nunca de una forma adecuada, nunca se habían preocupado por él e incluso en varias ocasiones se han preocupado más por ellos mismos que por sus hijos. En estos años por esta misma conducta el odio hacia sus padres se fue agravando y fue acumulando rencor en su interior, por esta causa decidiría asesinar a su propia madre años después.
Había llegado la ocasión, la ocasión que tanto tiempo había estado esperando. Había que hacer de tripas corazón, acabar pronto, lo más pronto posible. La noche es corta y en la noche tenía que haber pasado ya todo y tenla que sorprenderme la amanecida a muchas leguas del pueblo.
Allí estaba, echada bajo las sábanas, con su cara muy pegada a la almohada. No tenla más que echarme sobre el cuerpo y acuchillarlo. No se movería, no daría ni un solo grito, no le daría tiempo... Estaba ya al alcance del brazo, profundamente dormida, ajena -¡Dios, qué ajenos están siempre los asesinados a su suerte!- a todo lo que le iba a pasar. Quería decidirme, pero no lo acababa de conseguir; vez hubo ya de tener el brazo levantado, para volver a dejarlo caer otra vez todo a lo largo del cuerpo. Pensé cerrar los ojos y herir. No podía ser; herir a ciegas es como no herir, es exponerse a herir en el vacío... Había que herir con los ojos bien abiertos, con los cinco sentidos puestos en el golpe. Había que conservar la serenidad, que recobrar la serenidad que parecía ya como si estuviera empezando a perder ante la vista del cuerpo de mi madre... El tiempo pasaba y yo seguía allí, parado, inmóvil como una estatua, sin decidirme a acabar. No me atrevía; después de todo era mi madre, mujer que me había parido, y a quien sólo por eso había que perdonar.:. No; no podía perdonarla porque me hubiera parido. Con echarme al mundo no me hizo ningún favor, absolutamente ninguno... No había tiempo que perder. Había que decidirse de una buena vez. Momento llegó a haber en que estaba de pie y como dormido, con e cuchillo en la mano, como la imagen del crimen... Trataba de vencerme, de recuperar mis fuerzas, de concentrarlas. Ardía en deseos de acabar pronto, rápidamente, y de salir corriendo hasta caer rendido, en cualquier lado. Estaba agotándome; llevaba una hora larga al lado de ella, como guardándola, como velando su sueño. ¡Y había ido a matarla, a eliminarla, a quitarle la vida a puñaladas!
Quizás otra hora llegara ya a pasar. No; definitivamente, no. No podía; era algo superior a mis fuerzas, algo que me revolvía la sangre. Pensé huir. A lo mejor hacía ruido al salir; se despertaría, me reconocería. No, huir tampoco podía; iba indefectiblemente camino de la ruina... No había más solución que golpear sin piedad, rápidamente, para acabar lo más pronto posible. Pero golpear tampoco podía... Estaba metido como en un lodazal donde me fuese hundiendo, poco a poco, sin remedio posible, sin salida posible. El barro me llegaba ya hasta el cuello. Iba a morir ahogado
como un gato... Me era completamente imposible matar; estaba como paralítico.
-¿Quién anda ahí?
Rugíamos como bestias, la baba nos asomaba a la boca... En una de las vueltas vi a mi mujer, blanca como una muerta, parada a la puerta sin atreverse a entrar. Traía un candil en la mano, el candil a cuya luz pude ver la cara de mi madre, morada como un hábito de nazareno... Seguíamos luchando; llegué a tener las vestiduras rasgadas, pecho al aire. La condenada tenía más fuerzas que un demonio. Tuve que usar de toda mi hombría para tenerla quieta. Quince veces que la sujetara, quince veces que se me había de escurrir. Me arañaba, me daba patadas y puñetazos, me mordía. Hubo un momento en que con la boca me cazó un pezón -el izquierdo- y me lo arrancó de cuajo.
Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta... La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos.
Estuve escuchando un largo rato. No se oía nada. Fui al cuarto de mi mujer; estaba dormida y la dejé que siguiera durmiendo. Mi madre dormiría también a buen seguro. Volví a la cocina; me descalcé; el suelo estaba frío y las piedras del suelo se me clavaban en la punta del pie. Desenvainé el cuchillo, que brillaba a la llama como un sol.
Allí estaba, echada bajo las sábanas, con su cara muy pegada a la almohada. No tenla más que echarme sobre el cuerpo y acuchillarlo. No se movería, no daría ni un solo grito, no le daría tiempo... Estaba ya al alcance del brazo, profundamente dormida, ajena -¡Dios, qué ajenos están siempre los asesinados a su suerte!- a todo lo que le iba a pasar. Quería decidirme, pero no lo acababa de conseguir; vez hubo ya de tener el brazo levantado, para volver a dejarlo caer otra vez todo a lo largo del cuerpo. Pensé cerrar los ojos y herir. No podía ser; herir a ciegas es como no herir, es exponerse a herir en el vacío... Había que herir con los ojos bien abiertos, con los cinco sentidos puestos en el golpe. Había que conservar la serenidad, que recobrar la serenidad que parecía ya como si estuviera empezando a perder ante la vista del cuerpo de mi madre... El tiempo pasaba y yo seguía allí, parado, inmóvil como una estatua, sin decidirme a acabar. No me atrevía; después de todo era mi madre, mujer que me había parido, y a quien sólo por eso había que perdonar.:. No; no podía perdonarla porque me hubiera parido. Con echarme al mundo no me hizo ningún favor, absolutamente ninguno... No había tiempo que perder. Había que decidirse de una buena vez. Momento llegó a haber en que estaba de pie y como dormido, con e cuchillo en la mano, como la imagen del crimen... Trataba de vencerme, de recuperar mis fuerzas, de concentrarlas. Ardía en deseos de acabar pronto, rápidamente, y de salir corriendo hasta caer rendido, en cualquier lado. Estaba agotándome; llevaba una hora larga al lado de ella, como guardándola, como velando su sueño. ¡Y había ido a matarla, a eliminarla, a quitarle la vida a puñaladas!
Quizás otra hora llegara ya a pasar. No; definitivamente, no. No podía; era algo superior a mis fuerzas, algo que me revolvía la sangre. Pensé huir. A lo mejor hacía ruido al salir; se despertaría, me reconocería. No, huir tampoco podía; iba indefectiblemente camino de la ruina... No había más solución que golpear sin piedad, rápidamente, para acabar lo más pronto posible. Pero golpear tampoco podía... Estaba metido como en un lodazal donde me fuese hundiendo, poco a poco, sin remedio posible, sin salida posible. El barro me llegaba ya hasta el cuello. Iba a morir ahogado
como un gato... Me era completamente imposible matar; estaba como paralítico.
Di la vuelta para marchar. El suelo crujía. Mi madre se revolvió en la cama.
-¿Quién anda ahí?
Entonces sí que ya no había solución. Me abalancé sobre ella y la sujeté. Forcejeó, se escurrió... Momento hubo en que llegó a tenerme cogido por el cuello. Gritaba como una condenada. Luchamos; fue la lucha más tremenda que usted se puede imaginar.
Rugíamos como bestias, la baba nos asomaba a la boca... En una de las vueltas vi a mi mujer, blanca como una muerta, parada a la puerta sin atreverse a entrar. Traía un candil en la mano, el candil a cuya luz pude ver la cara de mi madre, morada como un hábito de nazareno... Seguíamos luchando; llegué a tener las vestiduras rasgadas, pecho al aire. La condenada tenía más fuerzas que un demonio. Tuve que usar de toda mi hombría para tenerla quieta. Quince veces que la sujetara, quince veces que se me había de escurrir. Me arañaba, me daba patadas y puñetazos, me mordía. Hubo un momento en que con la boca me cazó un pezón -el izquierdo- y me lo arrancó de cuajo.
Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta... La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos.
La solté y salí huyendo. Choqué con mi mujer a la salida; se le apagó el candil. Cogí el campo y corrí, corrí sin descanso, durante horas enteras. El campo estaba fresco y una sensación como de alivio me corrió las venas.
Podía respirar...
2.2- LA COLMENA
Lee estos fragmentos y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO 1
1- ¿Qué relación existe entre Purita y José Sanz?¿Cuál es la situación personal de Purita?¿A qué se dedica?
Como podemos ver en el fragmento la situación de Purita es muy pobre, ya que no tiene un buen trabajo, no gana dinero suficiente como para llegar a fin de mes y probablemente tampoco tenga una casa donde vivir con sus hermanos. Debido a estas condiciones Purita se ve forzada a trabajar como prostituta. Esto lo podemos deducir ya que al estar hablando con José Sanz se están manoseando y prácticamente se acaban de conocer. Por lo tanto la relación que tienen los personajes es solamente laboral, José ha pagado a Purita por sus servicios. De hecho ni siquiera se conocen sus nombres tras haber tenido relaciones.
3- ¿Qué favor le pide a José Sanz?
Purita, al tener un hermano pequeño del que nadie podía cuidar mientras ella trabajaba, le pidió a José que hablara con alguno de sus contactos y con su amigo, el cual tenía una guardería, para que le aseguraran al pequeño Paquito una plaza allí.
4- ¿Te parece una visión positiva o negativa de las relaciones personales? ¿Por qué?
Me parece una visión negativa sobre las relaciones personales ya que ambos se han acostado juntos pero ninguno siente amor hacia el otro. Es una relación puramente laboral pues Purita lo que necesita es dinero para llevar a su familia y una plaza para su hermano en la guardería y José Sanz solo quiere acostarse con ella.
-Que Dios te lo pague. A la puerta de la habitación, la pareja se despide. -Oye, ¿cómo te llamas? -Yo me llamo José Sanz Madrid, ¿y tú?, ¿es verdad que te llamas Purita? -Sí, ¿por qué te iba a mentir? Yo me llamo Pura Bartolomé Alonso. Los dos se quedan un rato mirando para el paragüero, -Bueno, ¡me voy!
TEXTO 4
1- ¿Por qué se prostituye Victorita? ¿Se avergüenza de ello?
Victorita ha decidido prostituirse pues su novio se encuentra en el hospital enfermo de tuberculoses y el dinero que recibirá por sus servicios los empreará para comprarle medicinas. Sin embargo no se averguenza de ello, al contrario que Doña Ramona, que se escandaliza y grita.
2- ¿Dónde se ve la hipocresía de Doña Ramona?
Se puede ver en la parte en la que Victorita comienza a gritar y a decir en alto que necesita prostituirse para pagar las medicinas. Doña Ramona ante esos gritos actúa como escandalizada aunque en realidad ella le organizaba encuentros, incluso finge que la prostitutaa la ha pegado para que nadie sepa el tema del que estaban hablando. Se puede ver en el texto subrayado de verde.
3- ¿Cuál crees que es la opinión de Cela respecto a las dos mujeres: las trata igual, por qué?
En realidad en esta escena Cela siente comprensión hacia la siuación de la perjudicada o explotada Victorita y tampoco entiende la hipocresía de Doña Ramona. Se pone de parte de la prostituta pero tampoco se pone de parte de niguna de ellas simplemente nos muestra una situación que muchas veces ha podido ocurrir en esta época.
Victorita se fue a la calle de Fuencarral, a la lechería de doña Ramona Bragado, la antigua querida de aquel señor que fue dos veces Subsecretario de Hacienda.
-¡Hola, Victorita! ¡Qué alegría más grande me das!
-Hola, doña Ramona.
Doña Ramona sonríe, meliflua, obsequiosa.
-¡Ya sabía yo que mi niña no había de faltar a la cita! Victorita intentó sonreír también.
-Sí, se ve que está usted muy acostumbrada.
-¿Qué dices?
-Pues ya ve, ¡nada!
-¡Ay, hija, qué suspicaz!
Victorita se quitó el abrigo, llevaba el escote de la blusa desabrochado y tenía en los ojos una mirada extraña, no se sabría bien si suplicante, humillada o cruel.
-¿Estoy bien así?
-Pero hija, ¿qué te pasa?
-Nada., no me pasa nada.
Doña Ramona, mirando para otro lado, intentó sacar a flote sus viejas mañas de componedora.
-¡Anda, anda! No seas chiquilla. Anda, entra ahí a jugar a las cartas con mis sobrinas.
Victorita se plantó.
-No, doña Ramona. No tengo tiempo. Me espera mi novio. A mi, ¿sabe usted?, ya me revienta andar dándole vueltas al asunto, como un borrico de noria. Mire usted, a usted y a mi lo que nos interesa es ir al grano, ¿me entiende?
-No, hija, no te entiendo. Victorita tenía el pelo algo revuelto.
-Pues se lo voy a decir más claro: ¿dónde está el cabrito?
Doña Ramona se espantó.
-¿Eh?
-¡Que dónde está el cabrito! ¿Me entiende? ¡Que dónde está el tío!
-¡Ay, hija, tú eres una golfa!
-Bueno, yo soy lo que usted quiera, a mí no me importa. Yo tengo que tirarme a un hombre para comprarle unas medicinas a otro. ¡Venga el tío!
-Pero, hija, ¿por qué hablas así? Victorita levantó la voz.
-¡Pues porque no me da la gana de hablar de otra manera, tía alcahueta! ¿Se entera? ¡Porque no me da la gana!
Las sobrinas de doña Ramona se asomaron al oír las voces. Por detrás de ellas sacó la jeta don Mario.
-¿Qué pasa, tía?
-¡Ay! ¡Esta mala pécora, desagradecida, que quiso pegarme!
Victorita estaba completamente serena. Poco antes de hacer alguna barbaridad, todo el mundo está completamente sereno. O poco antes, también, de decidirse a no hacerla.
-Mire usted, señora, ya volveré otro día, cuando tenga menos clientas.
La muchacha abrió la puerta y salió. Antes de llegar a la esquina la alcanzó don Mario. El hombre se llevó la mano al sombrero.
-Señorita, usted perdone. Me parece, ¡para qué nos vamos a andar con rodeos!, que yo soy un
poco el culpable de todo esto. Yo...
Victorita le interrumpió.
-¡Hombre, me alegro de conocerlo! ¡Aquí me tiene! ¿No me andaba buscando? Le juro a usted que jamás me he acostado con nadie más que con mi novio. Hace tres meses, cerca de cuatro, que no sé lo que es un hombre. Yo quiero mucho a mi novio. A usted nunca lo querré, pero en cuanto me pague me voy a la cama. Estoy muy harta. Mi novio se salva con unos duros. No me importa ponerle los cuernos. Lo que me importa es sacarlo adelante. Si usted me lo cura, yo me lío con usted hasta que usted se harte.
La voz de la muchacha ya venia temblando. Al final se echó a llorar.
-Usted dispense...
Don Mario, que era un atravesado con algunas venas de sentimental, tenía un nudo en la garganta.
-¡Cálmese, señorita! Vamos a tomar un café, eso le sentará bien.
En el Café, don Mario le dijo a Victorita:
-Yo te daría dinero para que se lo llevases a tu novio, pero, hagamos lo que hagamos, él se va a creer lo que le dé la gana, ¿no te parece?
-Sí, que se crea lo que quiera. Ande, lléveme usted a la cama.
Lee los siguientes fragmentos y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO 5
1- Este es el último párrafo de la novela: ¿Qué visión nos ofrece Cela de las vida en esa España de posguerra?Pincha este enlace y verás este texto en la secuencia final de la película: Final de La colmena
En este párrafo Cela nos muestra una visión bastante pesimista de la vida en la España de posguerra, en la que la rutina y el día a día es siempre igual, bastante monótono y triste. Todo es igual y siempre ocurre lo mismo pero aún así nadie hace nada para cambiar esta situación.
2- Sin embargo, es evidente que una vez leído el texto me queda una idea clara de cómo era para Sánchez Ferlosio esa juventud: ¿tiene inquietudes intelectuales? ¿tiene temas de conversación interesantes? ¿crees que es una juventud concienzada con la situación de España en aquellos momentos? ¿con esta juventud el Régimen de Franco tiene posibilidades de venirse abajo?
3- ¿Cómo crees que logra Sánchez Ferlosio darnos esta visión de la juventud española sin decírnoslo directamente?
Desde el suelo veía la otra orilla, los párpados del fondo y los barrancos ennegrecidos, donde la sombra crecía y avanzaba invadiendo las tierras, ascendiendo las lomas, matorral a matorral, hasta adensarse por completo; parda, esquiva y felina oscuridad, que las sumía en acecho de alimañas. Se recelaba un sigilo de zarpas, de garras y de dientes escondidos, una noche olfativa, voraz y sanguinaria, sobre el pavor de indefensos encames maternales; campo negro, donde el ojo de cíclope del tren brillaba como el ojo de una fiera.
—Bueno, cuéntame algo.
Aún había muchos grupos de gente en la arboleda; se oía en lo oscuro la musiquilla de una armónica. Era una marcha lo que estaban tocando, una marcha alemana, de cuando los nazis.
—Anda, cuéntame algo, Tito.
—Que te cuente, ¿el qué?
—Hombre, algo, lo que se te ocurra, mentiras, da igual. Algo que sea interesante.
—¿Interesante? Yo no sé contar nada, vamos, qué ocurrencia. ¿De qué tipo? ¿Qué es lo interesante para ti, vamos a ver?
—Tipo aventuras, por ejemplo, tipo amor.
—¡Huy, amor! — sonreía, sacudiendo los dedos —. ¡No has dicho nada! ¿Y de qué amor? Hay muchos amores distintos.
—De los que tú quieras. Con que sea emocionante.
—Pero si yo no sé relatar cosas románticas, mujer, ¿de dónde quieres que lo saque? Eso, mira, te compras una novela.
—¡Bueno! Hasta aquí estoy ya de novelas, hijo mío. Ya está bien de novelas, ¡bastante me tengo leídas! Además eso ahora, ¿qué tiene que ver?, que me contaras tú algún suceso llamativo, aquí, en este rato.
Tito estaba sentado, con la espalda contra el tronco; miró al suelo, hacia el bulto de Lucita, tumbada a su izquierda; apenas le entreveía lo blanco de los hombros, sobre la lana negra del bañador, y los brazos unidos por detrás de la nuca.
—¿Y quieres que yo sepa contarte lo que no viene en las novelas? — le dijo —. ¿Qué me vas a pedir?, ¿ahora voy a tener más fantasía que los que las redactan? ¡Entonces no estaba yo despachando en un comercio, vaya chiste!
—Por hacerte hablar, ¿qué más da?, no cuentes nada. Pues todas traen lo mismo, si vas a ver, tampoco se estrujan los sesos, unas veces te la ponen a Ella rubia y a Él moreno, y otras sale Ella de morena y Él de rubio; no tienen casi más variación...
Tito se reía:
—¿Y pelirrojas nada? ¿No sacan nunca a ningún pelirrojo?
—¡Qué tonto eres! Pues vaya una novela, una en que figurase que Él era pelirrojo, qué cosa más desagradable. Todavía si lo era Ella, tenía un pasar.
—Pues un pelaje bien bonito — se volvía a reír —. ¡Pelo zanahoria!
—Bueno, ya no te rías, para ya de reírte. Déjate de eso, anda, escucha, ¿me quieres escuchar?
—Mujer, ¿también te molesta que me ría? Lucita se incorporaba; quedó sentada junto a Tito; le dijo:
—Que no, si no es eso, es que ya te has reído; ahora otra cosa. No quería cortarte, sólo que tenía ganas de cambiar. Vamos a hablar de otra cosa.
—¿De qué?
—No lo sé, de otra cosa. Tito, de otra cosa que se nos ocurra, de lo que quieras. Oyes, déjame un poco de árbol, que me apoye también. No, pero tú no te quites, si cabemos, cabemos los dos juntos. Sólo un huequecito quería yo.
TEXTO 2: LA MINA, Armando López Salinas
1- ¿Qué opina Laureano sobre las injusticias sociales?
2-¿Crees que confía en que se pueda acabar con ellas?
3- ¿Quién crees que, en realidad, nos está transmitiendo estas ideas?
—A mí me gustaría que nuestros hijos pudieran estudiar, que fueran algo en la vida —intervino Angustias.
—A mí no me parece mal que la gente tenga dinero; teniendo lo mío, no envidio a nadie. Lo que tenían que hacer los ricos es dar trabajo y no meter el dinero en el Banco —aseveró Joaquín.
—Lo tuyo, lo tuyo... ¿Qué es lo tuyo y qué es lo mío, «Granadino»? Tú eres un alma cándida. ¿Te crees que los ricos quieren el dinero para hacer obras de caridad? Lo quieren porque el dinero da el poder. Tienes dinero y le dices a un hombre que baile, y baila. ¿Se te encapricha cambiar las leyes o hacerlas a tu medida? Pues las cambias. ¿Quieres acostarte con una mujer, no importa cuál? Con billetes hay pocas que se resistan. El pobre, métetelo en la cabeza, vive si le dejan, y si no le dejan, ¡cágome en...!, lo entierran, y tal día hará un año.
—Laureano piensa mucho, pero ve la vida por el lao malo —intervino la mujer del «Asturiano».
—¿Por cuál lao la voy a ver? Por el que tiene.
—Yo digo que mientras se pueda ir tirando no hay que meterse en líos y dar gracias a Dios —dijo Angustias.
—Siempre ha habido ricos y pobres —afirmó Joaquín.
—Y antes mandaban los reyes, y ahora casi no hay más reyes que los cuatro de la baraja. Y decían que el mundo era plano, y resultó redondo y da vueltas alrededor del sol. Cada cosa es verdad en su tiempo. No hay más verdad que ésta: el hombre lo ha hecho todo y lo cambia todo. Yo he visto y leído mucho. Yo no soy un político ni un paniaguas de nadie; pero siempre le estoy dando vueltas a la cabeza pensando en las cosas. Mercedes dice que soy un tostón y que aburro a todo Dios.
- A continuación tienes dos fragmentos de la novela. Léelos y contesta las siguientes preguntas:
Muecas en el centro y Pedro a la derecha
TEXTO 1
1-¿Dónde van Pedro y Amador?¿Para qué van allí?
El Muecas es el encargado de llevar la cría de ratones aunque también se dedica a recojer chatarra, vive en su casa con su familia formada por su mujer y sus dos hijas, aunque también tiene un primo que se encuentra haciendo la mili. Por la noche duermen los cuatro en un mismo colchón ya que de esa manera se conservaba mejor el calor, podía tener controladas a sus hijas e incluso tocarles las piernas y además ya se habían acostumbrado. Aunque la principal razón de esto es que así puede llevar a cabo una fase de cría de ratones, en la que las mujeres de la casa duermen con una ratona entre los pechos para darla calor.
El proceso comenzaba cuando el Muecas intrducía a las ratonas dentro de ua bolsa y entre los pechos de las mujeres de la casa, para que estuvieran en celo más rápidamente. Después sustraía cuidadosamente a las ratonas de las bolsas y las metía en una jaula especial para la cópula con los machos, que también introducía allí. Cuando las ratonas ya estaban embarazadas las sacaba de la jaula y las introducía en otras jaulas separadas para que parieran.
Este fragmento da una visión muy negativa y pésima del estado de la ciencia en España ya que un doctor, don Pedro, tendrá que recurrir a un hombre que cría ratones en su chabola para poder llevar a cabo sus experimentos sobre un cáncer. Incluso el dueño de la chabola cree que tiene razón al explicar la teoría sobre la enfermedad y que su método para poner en el celo a las ratonas es correcto y efectivo.
Se puede ver un claro ejemplo en esta parte:
"Atónito escuchaba don Pedro aquella teoría etiológica del cáncer espontáneo a frigore interesado en saber qué consecuencias profilácticas Muecas había deducido, las que habían sido hábiles no sólo para conservar la vida de los ratones, sino para asegurar su reproducción."
En la que en realidad quiere decir que la teoría de el Muecas probablemente no tenga ningún y que el estado de la chabola donde crían los ratones talvez no sea la más higiénica.
Y tras haber
contemplado el impresionante espectáculo de la ciudad prohibida con los
picos ganchudos de sus tejados para protección contra los demonios
voladores, descendieron Amador y don Pedro desde las colinas
circundantes y tanteando prudentemente su camino entre los diversos
obstáculos, perros ladradores, niños desnudos, montones deestiércol,
latas llenas de agua de lluvia, llegaron hasta la misma puerta principal
de la residencia del Muecas. Allí estaba el digno propietario
volviéndoles la espalda ocupado en ordenar en el suelo de su chabola una
serie de objetos heteróclitos que debía haber logrado extraer -como
presuntamente valiosos- del montón de basura con el que desde hacía unos
meses tenía concertado un acuerdo económico dé aprovechamiento. Mas en
cuanto les hubo advertido gracias a un significativo sonido brotado de
la carnosa boca de Amador, se incorporó con movimiento exento de gracia y
en su rostro, surcado por las arrugas del tiempo y los trabajos y
agitado por la rítmica tempestad del tic nervioso al que debía su apodo,
se pintó una expresión de viva sorpresa.
-¡Cuánto bueno por aquí, don Pedro! ¡Cuánto por aquí! ¿Por qué no me has avisado?
Siendo esa pregunta dirigida a su amigo y casi pariente.
-Adelante. Pasen ustedes y acomódense.
No de otro modo dispone el burgués los agasajos debidos a sus iguales haciéndoles pasar a la tranquila, polvorienta y oscurecida sala, donde una sillería forrada de raso espera el honroso peso de los cuerpos de aquellas personas que, dotadas de análoga jerarquía que los propios dueños de la casa, pueden ocupar sus sitiales y disponerse durante lapsos de tiempo variables a una conversación que -aunque aburrida y vacía- no deja de confortar a cuantos en ella participan a título de confirmación indirecta de la pertenencia a un mismo y honroso estamento social. Así Muecas dispuso que don Pedro tomara asiento en una a modo de cama hecha con cajones que allí había y que en ausencia de sábanas cubría una manta pardusca. Y componiendo en su rostro los gestos corteses heredados desde antiguos siglos por los campesinos de la campiña toledana y haciendo de su voz naturalmente recia una cierta composición meliflua, consiguió articular con algún esfuerzo:
-Tomarán ustedes un refresco.
Tras lo que, olvidando momentáneamente su propósito de control prolongado del timbre áspero de su voz, gritó:
-¡Flora, Florita! ¡Trae una limonada en seguida! Que está el señor doctor.
Oyéronse unos ruidos secos y confusos en la parte de la chabola oculta a la vista desde la entrada por una tela colgante de color rojizo y naturaleza indefinida. A pesar de las protestas de don Pedro y de la risa socarrona de Amador, Muecas se obstinó en acelerar la marcha de los acontecimientos metiendo su cabeza crespa a través de este telón divisorio y rugiendo en voz baja diversas órdenes ininteligibles.
Reapareció más tarde componiendo su personalidad social en los diversos matices de la expresión del rostro (con dificultosa contención del tic irreprimible), de la inflexión vocal y hasta de la actitud corporal que se modificó en una tendencia apenas realizada de juntar sus hombros hacia adelante redondeando al mismo tiempo las espaldas.
Amador se había sentado en uno de los objetos que el Muecas ordenaba, que resultó ser una olla oxidada con un agujero. Pero así acomodado volvía sus espaldas a la puerta y la carencia de luz del interior de la chabola se hacía más evidente, por lo que el visitado dijo:
-Vamos, Amador. Échate a un lado. ¿No ves que quitas la luz al señor doctor?
Ya para entonces salía la descendencia del Muecas en sus funciones de homenaje a través de los velos que celaban el resto de sus propiedades inmuebles y, sonriendo con risa bobalicona que descubría el grueso trazo rojo de sus encías superiores sobre los dientes blancos y pequeños en medio de un rostro redondo, ofrecía en un vaso un poco de agua en la que debía haber exprimido un limón a juzgar por una pepita que como pequeño dirigible flotaba.
-¡Dásela, Florita! Que se refresque el señor doctor.
-Tenga, señor doctor -se atrevió a decir Florita poniéndose algo colorada, pero haciendo chocar su mirada negra con la también azorada de don Pedro.
Éste no osaba fijar la vista en ninguno de los detalles del interior de la chabola, aunque la curiosidad le impulsaba a hacerlo, temiendo ofender a los disfrutadores de tan míseras riquezas, pero al mismo tiempo comprendía que el honor del propietario exige que el visitante diga algo en su elogio, por inverosímil y absurdo que pueda ser.
-Está fresca esta limonada -eligió al fin.
-Estos limones me los mandan del pueblo -mintió Muecas con voz de terrateniente que administran lejanos intendentes- y perdonando lo presente, son superiores.
-¿Quiere usted otra? -dijo Florita.
Oferta a la que don Pedro opuso una rápida y firme negativa mientras que Amador decía confianzudo:
-Tráemela a mí, chavala.
-No se hizo la miel para la boca del asno -fue la vernácula respuesta de la moza con la que hizo visible que, del mismo modo que su padre, también ella era capaz -aunque más joven- de inventarse dos distintas personalidades y utilizarlas alternativamente según el rango de su interlocutor.
-¡Dásela! -ordenó el padre más consciente de los lazos de tipo económico aseguradores de la subsistencia de la honrada familia que le unían con un miembro de la plantilla del Instituto, al que por otra parte debía no especificados favores y con el que había mantenido en guerra relaciones de camaradería que más tarde habían procurado los dos dejar sumidas en un profundo silencio, pero que no habían olvidado.
-Y no seas tan arisca con el tío Amador -añadió redondeando este nuevo género de homenaje, menos refinado socialmente hablando, pero quizá más definitivamente necesario en última instancia.
En esto, entraba por la puerta de la chabola, cortando otra vez el paso de la luz, un grueso cuerpo de mujer casi redondo, cubierto de telas pendientes de ese color negro que, con el paso de los años, va virando de una parte a pardo, de otra a verdoso, de modo comparable al colorido de las alas de algunas moscas caballunas y de algunas sotanas viejas.
-Usted perdonará, señor doctor -presentó el Muecas-, pero ésta es mi señora y la pobre no sabe tratar. Discúlpela que es alfabeta. Mira, Ricarda, éste es el señor doctor que nos honra con su visita.
-Por muchos años -dijo Ricarda. Ella traía una de las faldas que cual capas concéntricas acebolladas la recubrían, vuelta hacia sus manos y en ella un contenido indescriptible que, según dedujo Amador, era el pienso para los ratones. Esto le dio oportunidad para entrar en materia suspendiendo, por el momento, las muestras de hospitalidad y cortesía.
-Bueno, a lo que veníamos -dijo- que don Pedro no puede perder su tiempo en monsergas.
-Usted dirá, señor doctor.
-El señor doctor lo que quiere -especificó Amador- es saber si tiene que meterte en la cárcel o no.
-¿Qué me dices? -exclamó bruscamente alarmado el Muecas, mientras que, no menos alarmado, don Pedro se deshacía en gestos denegatorios al mismo tiempo con la cabeza y con las dos manos (libre ya la derecha de la áspera limonada) para acabar diciendo:
-Nada de eso. Al contrario, agradecerle a usted si los ha cuidado bien y ha conseguido que críen.
-¡Ah! Las ratonas -dijo el Muecas algo tranquilizado.
-Las ratoncitas, las ratoncitas -rió Florita olvidando su papel de modestia ruborosa-. Ya lo creo que crían las muy bribonas, ya lo creo. Mis sudores me cuesta y hasta algún mordisco.
Diciendo estas palabras desabotonó algo su vestido por el escote y efectivamente mostró a todos los presentes, en el nacimiento de su pecho, dos o tres huellecitas rojas que pudieran corresponder a las
estilizadas dentaduras de las ratonas en celo.
-Todo era por el frío -aclaró el Muecas pozo de sapienza, tomando su talante más solemne y componiendo el rostro-. Seguro que en las Américas las tienen en incubadora. Y no como aquí que estamos en la zona templada.
Amador le miraba socarrón y casi reía, pero haciendo caso omiso del efecto que producían en su viejo camarada de armas estos pingajos deslucidos de una cultura cuyos orígenes permanecían enigmáticos, continuó:
-Es cosa sabida, que el calor da la vida. Como en las seguidillas del rey David. Dos doncellas le calentaban, que si no ya hubiera muerto. Y lo mismo se echa de ver en las charcas y pantanos. Basta que apriete el sol para que el fangal se vuelva vida de bichas y gusarapos. No hay más que
ver los viejos apoyados en las tapias en invierno. ¿Qué sería de ellos si no fuera por el calorcillo de las tres de la tarde? Ya no habría viejos. Así les pasaba a ellas. ¿Cómo les iba a llegar el celo si no tenían calor ni para seguir viviendo? Por eso se les hinchaban esos como testículos, con perdón, y cuando se morían que usted se quemaba las pestañas en estudiar el porqué, no era más que de frío.
Atónito escuchaba don Pedro aquella teoría etiológica del cáncer espontáneo a frigore interesado en saber qué consecuencias profilácticas Muecas había deducido, las que habían sido hábiles no sólo para conservar la vida de los ratones, sino para asegurar su reproducción.
-¿Adónde va usted a parar, padre? Y cómo que se engloria en sus explicaciones y no hay quien lo pare. Lo que es mi padre debía haber sido predicador o sacamuelas. Y aún dicen de él que es bruto. Bruto no le es más que en lo tocante a caráter, pero no en el inteleto.
-¡Calla, tonta! -protestó modestamente-. El hecho es que dándoles el calor natural que les falta los ratones crían y ya veo que usted sabía adónde venir a buscarlos. Aquí los tengo, sí señor doctor, a los hijos de los hijos que no quiero llamar nietos, ya que no parece cosa de animales reconocer tanta parentela. Y también a los hijos de los hijos de los hijos.
-O séase los biznietos -rió Amador coreado por Florita, que había dado ya definitivamente al olvido sus rubores desde el punto en que enseñó su escote y en él las marcas que la calificaban como mártir de la ciencia.
-Padre lo ingenió todo. Pero yo y mi hermana las que tuvimos que cargar con la pejiguera de las ratoncitas.
-Calla, hija. Y no hables más que cuando te pregunten. Mira tu madre qué callada está y qué poco molesta. Y, sin embargo, aguantó la misma pejiguera.
Efectivamente, la redondeada consorte del Muecas, que en contradicción con su marido, gozaba de una acentuada lisura e inmovilidad de rostro, escuchaba como si oyera la interpretación de una
sinfonía aquella conversación. Era evidente que a pesar de no entender jota de lo que se decía, gozaba con los sonidos que los presentes exhalaban. Para ser menos engorrosa se había sentado en el suelo y sus piernas redondas, blancas y sin tobillo asomaban bajo la halda de sus múltiples coberturas, mientras mantenía aún firmemente en su regazo el pienso de los milagrosos ratones.
-¿Puedo preguntar cómo les dio usted ese calor natural? -dijo don Pedro tras unos minutos de asombrada escucha.
-Puede usted preguntarlo, pero yo no se lo diré por respeto.
-Bueno -terció Amador-. Ya me lo dirá a mí más tarde. Vamos a ver ahora esos biznietos y sepamos si son bastardos o no lo son. Porque si lo fueran, para nada los querremos. Tiene que ser hermano con hermana y a lo más hija con padre.
-Así lo son -afirmó rotundo.
Pero no hubo más. Muecas no quiso enseñar sus instalaciones. Prometió llevar las crías a1 punto y hora indicados, pero no quiso que sé molestaran en penetrar más adelante en su guarida. La curiosidad era demasiado grande para que don Pedro consintiera ahora en marcharse después de haber bebido íntegra su limonada. Necesitaba llegar hasta el fondo de aquella empresa de cría de ratones que -simultáneamente- era empresa de cría humana en condiciones -tanto para los ratones como para los humanos- diferentes de las que idealmente se consideran soportables. Los olores que tras el colgante velo rojizo llegaban a la zona más densamente habitada de la chabola, la misma presencia a sus pies de la mole mansa y muda de la esposa, las mordeduras de la muchacha toledana formaban, junto con la mentalidad científico-razonante del Muecas, un conjunto del que no podía apartarse fácilmente y que quería conocer aunque en el intento hubiera tanto de fría curiosidad como de auténtico interés, tanta necesidad de conseguir ratones para su investigación como concupiscencia por ver la carne del hombre en sus caldos más impuros.
En la parte interior de la chabola del Muecas estaba el campo de cultivo de la raza cancerígena. Cada ratón estaba metido en una jaula de pájaro de alambre oxidado. Estas jaulas habían sido obtenidas en los montones de chatarra y rudamente reparadas por el propio Muecas con ayuda de su hija, la pequeña, que tenía dedos hábiles. Las jaulas estaban colgadas por las paredes de la estancia. En sus comederos blancos de loza, la compañera colocaba el pienso traído en su falda. La pequeña habitación estaba hecha de tableros algo abarquillados por la humedad, pero en lo esencial lisos. Las hendiduras entre los tableros habían sido tapadas con trapos viejos consiguiendo así un compartimiento estanco. Las jaulas estaban colgadas artísticamente al tresbolillo, procurando una distribución armoniosa de los huecos, de las luces y de las sombras como en una pinacoteca cuyo dueño -excesivamente rico- ha comprado más cuadros de los que realmente caben. En el suelo de esta reducida habitación había un gran colchón cuadrado. Por un lado entraban los cuerpos del Muecas y su consorte, por el otro lado los más esbeltos de sus dos hijas núbiles. En el pequeño colchón del aposento anterior en que se había sentado don Pedro, solía dormir un primo que ahora estaba en la mili. Pero seguían durmiendo los cuatro juntos en el colchón grande por varios motivos: porque los cuatro cuerpos juntos elevaban la temperatura de la cámara estanca (así pasaban menos frío, así estaban también mejor los ratones según la teoría del Muecas). Porque ya se habían acostumbrado. Porque al Muecas le agradaba tropezar de noche con la pierna de una de sus hijas. Porque así las tenía más vigiladas y sabía dónde estaban durante toda la noche que es la hora más peligrosa para las muchachas. Porque se necesitaban menos sábanas y mantas para poder vivir, habiendo sido por el momento pignoradas las que utilizaba el mozo en edad militar. Porque el olor de los cuerpos -cuando uno se acostumbra- no llega a ser molesto resultando más bien confortable. Porque el Muecas se sentía, sin saber lo que significaba esta palabra, patriarca bíblico al que todas aquellas mujeres pertenecían. Porque la consorte del Muecas le tenía algo de miedo y no podría soportar sus cóleras sin la problemática ayuda de la presencia muda de sus hijas. Porque la última ratio de la reproducción ratonil consiste en conseguir el celo de las ratoncitas de raza exótica. Porque el Muecas había dispuesto tres bolsitas de plástico donde se metían las ratonas y eran colgadas entre los pechos de las tres hembras de la casa. Porque creía que con este calor humano el celo se conseguía dos veces más fácilmente: por ser calor y por ser calor de hembra. Porque no quería que este proceso de maduración de la mucosa vaginal de las ratonas pudiera interrumpirse si sus rapazas durmieran en la cámara exterior donde faltando un adecuado cierre de los huecos entre los tableros y la promiscuidad nocturna, el calor era más escaso. Cuando el celo de la ratona se había conseguido, el Muecas la extraía cuidadosamente de la bolsita de plástico donde había pasado varias noches y la depositaba en la jaula talámica donde el potente garañón era conducido también siempre apto para la cópula y especialmente proclive a ella al percibir los estímulos aromáticos del estro. Esta jaula copulativa estaba tapizada de arpillera aderezada con guata y miraguano, materiales ellos aptos para la construcción del nido pero que luego el Muecas sustraía a las hembras grávidas fuera de la hora del amor, como si pensara que la visión de tales riquezas para el alhajamiento del futuro hogar pudiera estimular su entusiasmo afrodisíaco. Una vez iniciada la gestación nunca volvieron a gozar de tales guatas y miraguanos que hubieran encarecido de modo excesivo los gastos de cría, sino que tenían que arreglarse con un poco de paja común en sus aéreos palacetes. Las ratonitas o ratonitos, una vez nacidos, sé anunciaban con una música sutilísima de pequeños píos ruiseñoriles, mientras que las madres, a diferencia de la especie humana, eran capaces de parir sin gritar en reverente silencio ante los misterios de la naturaleza que en ellas mismas se realizaban. Conseguido este parto pudibundo y a veces nocturno, la mañana de la familia muequil era alegrada por los juveniles píos y las muchachas se reían desde la misma cama, envueltas en sus camisones blancoscuros, sin manga, gritando: «Padre, ya parió la de arriba», «Padre, ya parió la mía, la que me dio el mordisco», «Padre, ya le dije que estaba mal cubierta, está sólo llena de aire y de indecencia la muy guarrona que comía sin parar y luego no le dejó al Manolo que estaba todo triste», «¡Qué se habrá creído la muy monja, más que monja!». Muecas, si había bebido demasiado la noche antes, no hacía caso de los gritos de sus hijas y metía la cabeza otra vez bajo la manta gruñendo mientras que la redonda consorte laboraba en la parte de afuera o había ya partido hacia el montón de basura contratado.
Si no encuentro taxi no llego. ¿Quién sería el Príncipe Pío? Príncipe, príncipe, principio del fin, principio del mal. Ya estoy en el principio, ya acabó, he acabado y me voy. Voy a principiar otra cosa. No puedo acabar lo que había principiado. ¡Taxi! ¿Qué más da? El que me vea así. Bueno, a mí qué. Matías, qué Matías ni qué. Cómo voy a encontrar taxi. No hay verdaderos amigos. Adiós amigos. ¡Taxi! Por fin. A Príncipe Pío. Por ahí empecé también. Llegué por Príncipe Pío, me voy por Príncipe Pío. Llegué solo, me voy solo. Llegué sin dinero, me voy sin... ¡Qué bonito día, qué cielo más hermoso! No hace frío todavía. ¡Esa mujer! Parece como si hubiera sido, por un momento, estoy obsesionado. Claro está que ella está igual que la otra también. Por qué será, cómo será que ahora no
sepa distinguir entre la una y la otra muertas, puestas una encima de otra en el mismo agujeró: también a ésta autopsia. ¿Qué querrán saber? Tanta autopsia; para qué, si no ven nada. No saben para qué las abren:un mito, una superstición, una recolección de cadáveres, creen que tiene una virtud dentro, animistas, están buscando un secreto y en cambio no dejan que busquemos los que podíamos encontrar algo, pero qué va, para qué, ya me dijo que yo no estaba dotado y a lo mejor no, tiene razón, no estoy dotado. La impresión que me hizo. Siempre pensando en las mujeres. Por las mujeres. Si yo me hubiera dedicado sólo a las ratas. ¿Pero qué iba a hacer yo? ¿Qué tenía que hacer yo? Si la cosa está dispuesta así. No hay nada que modificar. Ya se sabe lo que hay que aprender, hay que aprender a recetar sulfas. Pleuritis, pericarditis, pancreatitis, prurito de ano. Vamos a ver qué tal se vive allí. Se puede cazar. Cazar es sano. Se toma la escopeta de dos cañones como el tío Miguel, el hombre de la bufanda y pum, pum, muerta. Hay muchas liebres porque los cultivos son pocos. Es una gran riqueza de caza, el monte salvaje. Cazar, cazar todos los días de fiesta y por la tarde en verano, cuando ya ha caído el sol, entre los rastrojos y la jara a por liebres. Las perdices en el rastrojo, gordas como mujeres, después de la siega; en el rastrojo van cayendo, perseguidas a caballo. No pueden correr de tanto grano que han comido y el tío Miguel las va cogiendo con la mano cuando pierden el aliento. ¡Qué rica la perdiz en salsa de perdiz, espesa, caliente, marrón como con aguas verdes! Y las ancas de rana; a las ranas se las coge sin cebo, sólo con un trapo rojo atado a un hilo,echan su lengua retráctil, la meten en la boca con el trapo y ya está; ancas de rana, igual a pechuga de pollo. ¡Qué buenas! Ancas redonditas, blancas; hace diez años que no veo más ranas que para estudiar la circulación mesentérica en vivo, los hematíes pálidos corno lentejas viudas por la red capilar y el animal desnudo, sin piel, ni pelo, ni pluma, ya desollado antes de que se le agarre, hecho un san Martín, el animal desnudo con su aspecto de persona muerta antes de que se le mate, sólo las lentejas circulando por la red venosa del mesenterio, la vivisección. Esto es, la vivisección, las sufragistas inglesas protestando, igual exactamente, igual que si fuera eso, la vivisección. Ellas adivinan que son igual que las ranas si se las desnuda, en cambio Florita, la desnuda forita en la chabola, florecita pequeña, pequeñita, florecilla le dijo la vieja, florecita la segunda que... ajjj... Me voy, lo pasaré bien. Diagnosticar pleuritis, peritonitis, soplos, cólicos, fiebres gástricas y un día el suicidio con veronal de la maestra soltera. Las muchachas el día de la fiesta, delante de la procesión, detrás del palio, rojas, carrilludas, mofletudas, mirando de lado hacia donde yo estoy asqueado de verlas pasar, mirando sus piernas, sentado en el casino con dos, cinco, siete, catorce señores que juegan al ajedrez y me estiman mucho por mi superioridad intelectual y mi elevado nivel mental.Ya está, P.Pío. Sí por arriba. Luego,
se baja en un ascensor gratis con un tornillo por debajo que parece que le están dando... Comprar un megret para el tren,hace tiempo que no leo policíacas, a mí policíacas. Por qué serán siempre gallegos los mozos, qué gana un mozo, dónde tiene oculta toda esa fuerza. Tendrían que coger los gallegos o asturianos porque andaluces y manchegos no podrían. Hace falta fuerza. Son sanguíneos,sonrientes,grasientos,humildes, saben que son mozos de cuerda, se lo tienen bien sabido, no pretenden otra cosa que ser mozos del exterior, mozos del interior, llevar cuantos más bultos. Les basta contar uno, dos, tres,
2.2- LA COLMENA
Lee estos fragmentos y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO 1
1- ¿Qué relación existe entre Purita y José Sanz?¿Cuál es la situación personal de Purita?¿A qué se dedica?
Como podemos ver en el fragmento la situación de Purita es muy pobre, ya que no tiene un buen trabajo, no gana dinero suficiente como para llegar a fin de mes y probablemente tampoco tenga una casa donde vivir con sus hermanos. Debido a estas condiciones Purita se ve forzada a trabajar como prostituta. Esto lo podemos deducir ya que al estar hablando con José Sanz se están manoseando y prácticamente se acaban de conocer. Por lo tanto la relación que tienen los personajes es solamente laboral, José ha pagado a Purita por sus servicios. De hecho ni siquiera se conocen sus nombres tras haber tenido relaciones.
3- ¿Qué favor le pide a José Sanz?
Purita, al tener un hermano pequeño del que nadie podía cuidar mientras ella trabajaba, le pidió a José que hablara con alguno de sus contactos y con su amigo, el cual tenía una guardería, para que le aseguraran al pequeño Paquito una plaza allí.
4- ¿Te parece una visión positiva o negativa de las relaciones personales? ¿Por qué?
Me parece una visión negativa sobre las relaciones personales ya que ambos se han acostado juntos pero ninguno siente amor hacia el otro. Es una relación puramente laboral pues Purita lo que necesita es dinero para llevar a su familia y una plaza para su hermano en la guardería y José Sanz solo quiere acostarse con ella.
El
señor José tiene la otra mano en una liga de Purita. Purita, en el
invierno, lleva liguero, las ligas redondas no se le sujetan bien porque
está algo delgada. En el verano va sin medias; parece que no, pero
supone un ahorro, ¡ya lo creo!
-Mi amigo hace lo que yo le mando, me debe muchos favores.
-¡Ojalá! ¡Dios te oiga!
-Ya lo verás como sí.
La chica está pensando, tiene la mirada triste, perdida. El señor José le separa un poco los muslos, se los pellizca.
-¡Con el Paquito en la guardería, ya es otra cosa!
El
Paquito es el hermano pequeño de la chica. Son cinco hermanos y ella,
seis: Ramón, el mayor, tiene veintidós años y está haciendo el servicio
en África; Mariana, que la pobre está enferma y no puede moverse de la
cama, tiene dieciocho; Julio, que trabaja de aprendiz en una imprenta,
anda por los catorce; Rosita tiene once, y Paquito, el más chico,
nueve. Purita es la segunda, tiene veinte años, aunque quizá represente
alguno más. Los hermanos viven solos. Al padre lo fusilaron, por esas
cosas que pasan, y la madre murió,tísica y desnutrida, el año 41.
A
Julio le dan cuatro pesetas en la imprenta. El resto se lo tiene que
ganar Purita a pulso, callejeando todo el día, recalando después de la
cena por casa de doña Jesusa.
Los
chicos viven en un sotabanco de la calle de la Ternera. Purita para en
una pensión, asi está más libre y puede recibir recados por teléfono.
Purita va a verlos todas las mañanas, a eso de las doce o la una. A
veces, cuando no tiene compromiso, también almuerza con ellos; en la
pensión le guardan la comida para que se la tome a la cena, si quiere.
El señor José tiene ya la mano, desde hace rato, dentro del escote de la
muchacha.
-¿Quieres que nos vayamos?
-¡Si tú quieres!
El señor José ayuda a Purita a ponerse el abriguillo de algodón.
-Sólo un ratito, ¿eh?, la parienta está ya con la mosca en la oreja.
-Lo que tú quieras.
-Toma, para ti.
El señor José mete cinco duros en el bolso de Purita, un bolso teñido de azul que mancha un poco las manos.-Que Dios te lo pague. A la puerta de la habitación, la pareja se despide. -Oye, ¿cómo te llamas? -Yo me llamo José Sanz Madrid, ¿y tú?, ¿es verdad que te llamas Purita? -Sí, ¿por qué te iba a mentir? Yo me llamo Pura Bartolomé Alonso. Los dos se quedan un rato mirando para el paragüero, -Bueno, ¡me voy!
-Adiós, Pepe, ¿no me das un beso?
- Sí, mujer.-Oye, ¿cuando sepas algo de lo del Paquito, me llamarás?
-Si, descuida, yo te llamaré a ese teléfono.
TEXTO 2
1- ¿Qué relación hay entre Don Francisco y Merceditas?
Merceditas es una niña de trece años que quedó huérfana después de que sus padres se murieran en la guerra. En ese momento pasó a ser cargo de la cuñada de su abuela, pues no tenía más familiares, señora que vendió a la niña a Don Francisco por cien duros.
2- ¿Qué quiere decir Doña Carmen con "las primicias"?
Doña Carmen probablemente al decir "las primicias" se puede estar refiriendo a que Merceditas, como es una niña pequeña, sigue siendo virgen y todavía no ha mantenido relaciones sexuales con nadie. La compara con una flor, en este caso un clavel, como si fuera muy pura, ya que anteriormente se valoraba más tener relaciones con una persona virgen, aunque en este caso se trate de abuso infantil.
Por la calle van cogidos de la mano, parecen un tío con una sobrina que saca de paseo.La niña, al pasar por la portería, vuelve la cabeza para el otro lado. Va pensando y no ve el primer escalón.
-¡A ver si te desgracias!
-No.
Doña Celia les sale a abrir.
-¡Hola, don Francisco!
-¡Hola, amiga mía! Que pase la chica por ahí, quería hablar con usted.
-¡Muy bien! Pasa por aquí, hija, siéntate donde quieras. La niña se sienta en el borde de una butaca forrada de verde. Tiene trece años y el pecho le apunta un poco, como una rosa pequeñita que vaya a abrir. Se llama Merceditas Olivar Vallejo, sus amigas le llaman Merce. La familia le desapareció con la guerra, unos muertos, otros emigrados. Merche vive con una cuñada de la abuela, una señora vieja llena de puntillas y pintada como una mona, que lleva peluquín y que se llama doña Carmen. En el barrio a doña Carmen la llaman, por mal nombre, "Pelo de muerta". Los chicos de la calle prefieren llamarle "Saltaprados".
Doña Carmen vendió a Merceditas por cien duros, se la compró don Francisco, el del consultorio.
Al hombre le dijo:
-¡Las primicias, don Francisco, las primicias! ¡Un clavelito!
Y a la niña:
-Mira, hija, don Francisco lo único que quiere es jugar, y además, ¡algún día tenía que ser!
¿No comprendes?
Lee este texto y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO
1- ¿Qué es la casa de Doña Celia?
La casa de doña Celia es una especie de hotel donde acudían hombres con sus amantes, novias, mujeres y mayormente con putas. Allí alquilaban una habitación y podían pasar la noche y tener relaciones sexuales sin que nadie se percatara de ello.
2-¿Por qué los niños se ponían contentos cuando llegaba algún señor?
Los niños se ponían contentos ya que cada vez que llegaba un hombre eso significaba que la propietaria recibiría dinero por el alquiler de la habitación esa noche. Dinero con el que compraría comida caliente al siguiente día, motivo de alegría de los niños.
3-¿Qué es lo único que le preocupa a Doña Celia?
Ya que Doña Celia tiene dos hijos de corta edad lo único que le preocupa es que las parejas que han alquilado la habitación hagan mucho ruido por la noche. Ya que ella lo que desea es que sus hijos no se despierten por la noche y se percaten de lo que está ocurriendo en las habitaciones.
4- ¿Dónde usa la ironía el narrador?
El narrador utiliza la ironía al principio del texto cuando dice que la casa de Doña Celia era un sitio donde la ternura rezumaba, pues esta casa solo servía para tener relaciones sexuales y no se podía observar ternura precisamente. Al final de texto también se puede ver como el autor, Camilo José Cela, utiliza la expresión " No se les oía ni hablar; así daba gusto." Ya que al solo tener una relación sexual y no una relación amorosa o sentimental, los clientes de la casa no tenían por qué hablar siquiera.
La casa de doña Celia es una casa que rezuma ternura por todos los poros; una ternura, a veces, un poco agraz; en ocasiones, es posible que un poco venenosilla. Doña Celia tiene recogidos dos niños pequeños, hijos de una sobrinita que murió medio de sinsabores y disgustos, medio de avitaminosis, cuatro o cinco meses atrás. Los niños, cuando llega alguna pareja, gritan jubilosos por el pasillo: "¡Viva, viva, que ha venido otro señor!" Los angelitos saben que el que entre un señor con una señorita del brazo significa comer caliente al otro día. Doña Celia, el primer dia que Ventura asomó con la novia por su casa, le dijo:
-Mire usted, lo único que le pido es decencia, mucha decencía, que hay criaturas. Por amor de Dios, no me alborote.
-Descuide usted, señora, no pase cuidado, uno es un caballero.
Ventura y Julita solían meterse en la habitación a las tres y media o cuatro y no se marchaban hasta dadas las ocho. No se les oía ni hablar; así daba gusto.
1- ¿Qué relación hay entre Don Francisco y Merceditas?
Merceditas es una niña de trece años que quedó huérfana después de que sus padres se murieran en la guerra. En ese momento pasó a ser cargo de la cuñada de su abuela, pues no tenía más familiares, señora que vendió a la niña a Don Francisco por cien duros.
2- ¿Qué quiere decir Doña Carmen con "las primicias"?
Doña Carmen probablemente al decir "las primicias" se puede estar refiriendo a que Merceditas, como es una niña pequeña, sigue siendo virgen y todavía no ha mantenido relaciones sexuales con nadie. La compara con una flor, en este caso un clavel, como si fuera muy pura, ya que anteriormente se valoraba más tener relaciones con una persona virgen, aunque en este caso se trate de abuso infantil.
Por la calle van cogidos de la mano, parecen un tío con una sobrina que saca de paseo.La niña, al pasar por la portería, vuelve la cabeza para el otro lado. Va pensando y no ve el primer escalón.
-¡A ver si te desgracias!
-No.
Doña Celia les sale a abrir.
-¡Hola, don Francisco!
-¡Hola, amiga mía! Que pase la chica por ahí, quería hablar con usted.
-¡Muy bien! Pasa por aquí, hija, siéntate donde quieras. La niña se sienta en el borde de una butaca forrada de verde. Tiene trece años y el pecho le apunta un poco, como una rosa pequeñita que vaya a abrir. Se llama Merceditas Olivar Vallejo, sus amigas le llaman Merce. La familia le desapareció con la guerra, unos muertos, otros emigrados. Merche vive con una cuñada de la abuela, una señora vieja llena de puntillas y pintada como una mona, que lleva peluquín y que se llama doña Carmen. En el barrio a doña Carmen la llaman, por mal nombre, "Pelo de muerta". Los chicos de la calle prefieren llamarle "Saltaprados".
Doña Carmen vendió a Merceditas por cien duros, se la compró don Francisco, el del consultorio.
Al hombre le dijo:
-¡Las primicias, don Francisco, las primicias! ¡Un clavelito!
Y a la niña:
-Mira, hija, don Francisco lo único que quiere es jugar, y además, ¡algún día tenía que ser!
¿No comprendes?
Lee este texto y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO
1- ¿Qué es la casa de Doña Celia?
La casa de doña Celia es una especie de hotel donde acudían hombres con sus amantes, novias, mujeres y mayormente con putas. Allí alquilaban una habitación y podían pasar la noche y tener relaciones sexuales sin que nadie se percatara de ello.
2-¿Por qué los niños se ponían contentos cuando llegaba algún señor?
Los niños se ponían contentos ya que cada vez que llegaba un hombre eso significaba que la propietaria recibiría dinero por el alquiler de la habitación esa noche. Dinero con el que compraría comida caliente al siguiente día, motivo de alegría de los niños.
3-¿Qué es lo único que le preocupa a Doña Celia?
Ya que Doña Celia tiene dos hijos de corta edad lo único que le preocupa es que las parejas que han alquilado la habitación hagan mucho ruido por la noche. Ya que ella lo que desea es que sus hijos no se despierten por la noche y se percaten de lo que está ocurriendo en las habitaciones.
4- ¿Dónde usa la ironía el narrador?
El narrador utiliza la ironía al principio del texto cuando dice que la casa de Doña Celia era un sitio donde la ternura rezumaba, pues esta casa solo servía para tener relaciones sexuales y no se podía observar ternura precisamente. Al final de texto también se puede ver como el autor, Camilo José Cela, utiliza la expresión " No se les oía ni hablar; así daba gusto." Ya que al solo tener una relación sexual y no una relación amorosa o sentimental, los clientes de la casa no tenían por qué hablar siquiera.
La casa de doña Celia es una casa que rezuma ternura por todos los poros; una ternura, a veces, un poco agraz; en ocasiones, es posible que un poco venenosilla. Doña Celia tiene recogidos dos niños pequeños, hijos de una sobrinita que murió medio de sinsabores y disgustos, medio de avitaminosis, cuatro o cinco meses atrás. Los niños, cuando llega alguna pareja, gritan jubilosos por el pasillo: "¡Viva, viva, que ha venido otro señor!" Los angelitos saben que el que entre un señor con una señorita del brazo significa comer caliente al otro día. Doña Celia, el primer dia que Ventura asomó con la novia por su casa, le dijo:
-Mire usted, lo único que le pido es decencia, mucha decencía, que hay criaturas. Por amor de Dios, no me alborote.
-Descuide usted, señora, no pase cuidado, uno es un caballero.
Ventura y Julita solían meterse en la habitación a las tres y media o cuatro y no se marchaban hasta dadas las ocho. No se les oía ni hablar; así daba gusto.
TEXTO 4
1- ¿Por qué se prostituye Victorita? ¿Se avergüenza de ello?
Victorita ha decidido prostituirse pues su novio se encuentra en el hospital enfermo de tuberculoses y el dinero que recibirá por sus servicios los empreará para comprarle medicinas. Sin embargo no se averguenza de ello, al contrario que Doña Ramona, que se escandaliza y grita.
2- ¿Dónde se ve la hipocresía de Doña Ramona?
Se puede ver en la parte en la que Victorita comienza a gritar y a decir en alto que necesita prostituirse para pagar las medicinas. Doña Ramona ante esos gritos actúa como escandalizada aunque en realidad ella le organizaba encuentros, incluso finge que la prostitutaa la ha pegado para que nadie sepa el tema del que estaban hablando. Se puede ver en el texto subrayado de verde.
3- ¿Cuál crees que es la opinión de Cela respecto a las dos mujeres: las trata igual, por qué?
En realidad en esta escena Cela siente comprensión hacia la siuación de la perjudicada o explotada Victorita y tampoco entiende la hipocresía de Doña Ramona. Se pone de parte de la prostituta pero tampoco se pone de parte de niguna de ellas simplemente nos muestra una situación que muchas veces ha podido ocurrir en esta época.
Victorita se fue a la calle de Fuencarral, a la lechería de doña Ramona Bragado, la antigua querida de aquel señor que fue dos veces Subsecretario de Hacienda.
-¡Hola, Victorita! ¡Qué alegría más grande me das!
-Hola, doña Ramona.
Doña Ramona sonríe, meliflua, obsequiosa.
-¡Ya sabía yo que mi niña no había de faltar a la cita! Victorita intentó sonreír también.
-Sí, se ve que está usted muy acostumbrada.
-¿Qué dices?
-Pues ya ve, ¡nada!
-¡Ay, hija, qué suspicaz!
Victorita se quitó el abrigo, llevaba el escote de la blusa desabrochado y tenía en los ojos una mirada extraña, no se sabría bien si suplicante, humillada o cruel.
-¿Estoy bien así?
-Pero hija, ¿qué te pasa?
-Nada., no me pasa nada.
Doña Ramona, mirando para otro lado, intentó sacar a flote sus viejas mañas de componedora.
-¡Anda, anda! No seas chiquilla. Anda, entra ahí a jugar a las cartas con mis sobrinas.
Victorita se plantó.
-No, doña Ramona. No tengo tiempo. Me espera mi novio. A mi, ¿sabe usted?, ya me revienta andar dándole vueltas al asunto, como un borrico de noria. Mire usted, a usted y a mi lo que nos interesa es ir al grano, ¿me entiende?
-No, hija, no te entiendo. Victorita tenía el pelo algo revuelto.
-Pues se lo voy a decir más claro: ¿dónde está el cabrito?
Doña Ramona se espantó.
-¿Eh?
-¡Que dónde está el cabrito! ¿Me entiende? ¡Que dónde está el tío!
-¡Ay, hija, tú eres una golfa!
-Bueno, yo soy lo que usted quiera, a mí no me importa. Yo tengo que tirarme a un hombre para comprarle unas medicinas a otro. ¡Venga el tío!
-Pero, hija, ¿por qué hablas así? Victorita levantó la voz.
-¡Pues porque no me da la gana de hablar de otra manera, tía alcahueta! ¿Se entera? ¡Porque no me da la gana!
Las sobrinas de doña Ramona se asomaron al oír las voces. Por detrás de ellas sacó la jeta don Mario.
-¿Qué pasa, tía?
-¡Ay! ¡Esta mala pécora, desagradecida, que quiso pegarme!
Victorita estaba completamente serena. Poco antes de hacer alguna barbaridad, todo el mundo está completamente sereno. O poco antes, también, de decidirse a no hacerla.
-Mire usted, señora, ya volveré otro día, cuando tenga menos clientas.
La muchacha abrió la puerta y salió. Antes de llegar a la esquina la alcanzó don Mario. El hombre se llevó la mano al sombrero.
-Señorita, usted perdone. Me parece, ¡para qué nos vamos a andar con rodeos!, que yo soy un
poco el culpable de todo esto. Yo...
Victorita le interrumpió.
-¡Hombre, me alegro de conocerlo! ¡Aquí me tiene! ¿No me andaba buscando? Le juro a usted que jamás me he acostado con nadie más que con mi novio. Hace tres meses, cerca de cuatro, que no sé lo que es un hombre. Yo quiero mucho a mi novio. A usted nunca lo querré, pero en cuanto me pague me voy a la cama. Estoy muy harta. Mi novio se salva con unos duros. No me importa ponerle los cuernos. Lo que me importa es sacarlo adelante. Si usted me lo cura, yo me lío con usted hasta que usted se harte.
La voz de la muchacha ya venia temblando. Al final se echó a llorar.
-Usted dispense...
Don Mario, que era un atravesado con algunas venas de sentimental, tenía un nudo en la garganta.
-¡Cálmese, señorita! Vamos a tomar un café, eso le sentará bien.
En el Café, don Mario le dijo a Victorita:
-Yo te daría dinero para que se lo llevases a tu novio, pero, hagamos lo que hagamos, él se va a creer lo que le dé la gana, ¿no te parece?
-Sí, que se crea lo que quiera. Ande, lléveme usted a la cama.
Lee los siguientes fragmentos y contesta las siguientes preguntas:
TEXTO 5
1- ¿Cómo es la actitud ante la vida de los clientes que pasan las horas muertas en el café ? ¿Cómo son sus conversaciones?
La actitud de estos clientes es muy pasiva, tienen conversaciones insustanciales, sin interés, siempre iguales y que no llevan a ninguna parte ya que no se preocupan por su propia situación y tampoco quieren cambiarla. Hablan de cosas de las que suelen hablar distintos días como de gatas paridas, sibre el suministro o sobre la muerte de un niño pequeño que probablemente ocurriera hace mucho tiempo.
La actitud de estos clientes es muy pasiva, tienen conversaciones insustanciales, sin interés, siempre iguales y que no llevan a ninguna parte ya que no se preocupan por su propia situación y tampoco quieren cambiarla. Hablan de cosas de las que suelen hablar distintos días como de gatas paridas, sibre el suministro o sobre la muerte de un niño pequeño que probablemente ocurriera hace mucho tiempo.
2- ¿Te recuerda esta actitud a otra ya vista el pasado trimestre?¿Cuál?
Esta situación recuerda al estado y actitud pasiva que tenían los ciudadanos de Alcolea del Campo en el libro de Pío Baroja. Sobre todo con la actitud que tenían hacia los mochuelos y los ratones que gobernaban la ciudad.
Esta situación recuerda al estado y actitud pasiva que tenían los ciudadanos de Alcolea del Campo en el libro de Pío Baroja. Sobre todo con la actitud que tenían hacia los mochuelos y los ratones que gobernaban la ciudad.
3- ¿Qué crees que pueden simbolizar los cafés en la novela?
Podrían representar la pasividad de los habitantes y las pocas ganas de cambiar la situación en la que se encuentran. También puede simbolizar el paso del tiempo sin ningún suceso o evente especial.
Podrían representar la pasividad de los habitantes y las pocas ganas de cambiar la situación en la que se encuentran. También puede simbolizar el paso del tiempo sin ningún suceso o evente especial.
Los
clientes de los Cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque
sí, que no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña Rosa,
todos fuman y los más meditan, a solas, sobre las pobres, amables,
entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera. Hay quien
pone al silencio un ademán soñador, de imprecisa recordación, y hay
también quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintado el
gesto de la bestia ruin, de la amorosa, suplicante bestia cansada: la
mano sujetando la frente y el mirar lleno de amargura como un mar
encalmado.
Hay
tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación
sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto
que alguien no recuerda, sobre aquel niño muerto que, ¿no se acuerda
usted?, tenia el pelito rubio, era muy mono y más bien delgadito,
llevaba siempre un jersey de punto color beige y debia andar por los
cinco años. En estas tardes, el corazón del Café late como el de un
enfermo, sin compás, y el aire se hace como más espeso, más gris,.
TEXTO 6
1- ¿Qué visión nos ofrece Cela de la existencia humana a través de la forma de jugar que tienen estos niños?
Nos ofrece una visión similar a la de la sociedad pues aunque los niños estén jugando siempre al mismo juego y de la misma manera no hacen nada por cambiarlo, y cada vez se aburren más jugando a lo mismo. Al igual que el resto de las personas ,que no hacen nada por cambiar su situación ( como Elvira en el siguiente texto), se cansan de esperar y adoptan un estado pasivo.
Dos niños de cuatro o cinco años juegan aburridamente, sin ningún entusiasmo, al tren por entre las mesas. Cuando van hacia el fondo, va uno haciendo de máquina y otro dé vagón. Cuando vuelven hacia la puerta, cambian. Nadie les hace caso, pero ellos siguen impasibles, desganados, andando para arriba y para abajo con una seriedad tremenda. Son dos niños ordenancistas, consecuentes, dos niños que juegan al tren, aunque se aburren como ostras, porque se han propuesto divertirse y, para divertirse, se han propuesto, pase lo que pase, jugar al tren durante toda la tarde. Si ellos no lo consiguen, ¿qué culpa tienen? Ellos hacen todo lo posible.
TEXTO 7
1- ¿Cómo es la vida de Elvira?
La vida de Elvira es una vida que el autor describe como "muy perra", probablemente lo haya pasado mal en esta vida y habrá sufrido bastante, incluso dice que no merecería la pena vivir esta vida de lo mala y humillante que es.
2-¿Hace algo para salir de ella?
Sin embargo a pesar de que su vida sea y haya sido muy mala Elvira no hace nada para remediarlo, ella espera a que su situación cambie, no hace ningún esfuerzo ni tiene ningún interés alguno en trabajar para mejorarla, por lo que se queda sentada fumando y esperando.
3-¿Qué crees que significa "que está a lo que caiga"?
A mi parecer esta expresión puede significar que la señorita Elvira ya que no hace nada por cambiar su situación solo se esfuerza cuando le llega una oportunidad aunque ella no la vaya buscando. También puede significar que al no tener nada que hacer puede permitirse salir con otros hombres y tener relaciones con ellos. Se dice que Elvira es una buscona pues se acuesta con muchos hombres, pero sin embargo con el tiempo se va aciendo mayor y casi nadie se interesa por ella, y si se interesan no son los mejores hombres de la ciudad.
La señorita Elvira se calla y sigue fumando. Hoy está como algo destemplada, siente escalofríos y nota que le baila un poco todo lo que ve. La señorita Elvira lleva una vida perra, una vida que, bien mirado, ni merecía la pena vivirla. No hace nada, eso es cierto, pero por no hacer nada, ni come siquiera. Lee novelas, va al Café, se fuma algún que otro tritón y está a lo que caiga. Lo malo es que lo que cae suele ser de Pascuas a Ramos, y para eso, casi siempre de desecho de tienta y defectuoso.
TEXTO 8TEXTO 6
Nos ofrece una visión similar a la de la sociedad pues aunque los niños estén jugando siempre al mismo juego y de la misma manera no hacen nada por cambiarlo, y cada vez se aburren más jugando a lo mismo. Al igual que el resto de las personas ,que no hacen nada por cambiar su situación ( como Elvira en el siguiente texto), se cansan de esperar y adoptan un estado pasivo.
Dos niños de cuatro o cinco años juegan aburridamente, sin ningún entusiasmo, al tren por entre las mesas. Cuando van hacia el fondo, va uno haciendo de máquina y otro dé vagón. Cuando vuelven hacia la puerta, cambian. Nadie les hace caso, pero ellos siguen impasibles, desganados, andando para arriba y para abajo con una seriedad tremenda. Son dos niños ordenancistas, consecuentes, dos niños que juegan al tren, aunque se aburren como ostras, porque se han propuesto divertirse y, para divertirse, se han propuesto, pase lo que pase, jugar al tren durante toda la tarde. Si ellos no lo consiguen, ¿qué culpa tienen? Ellos hacen todo lo posible.
TEXTO 7
1- ¿Cómo es la vida de Elvira?
La vida de Elvira es una vida que el autor describe como "muy perra", probablemente lo haya pasado mal en esta vida y habrá sufrido bastante, incluso dice que no merecería la pena vivir esta vida de lo mala y humillante que es.
2-¿Hace algo para salir de ella?
Sin embargo a pesar de que su vida sea y haya sido muy mala Elvira no hace nada para remediarlo, ella espera a que su situación cambie, no hace ningún esfuerzo ni tiene ningún interés alguno en trabajar para mejorarla, por lo que se queda sentada fumando y esperando.
3-¿Qué crees que significa "que está a lo que caiga"?
A mi parecer esta expresión puede significar que la señorita Elvira ya que no hace nada por cambiar su situación solo se esfuerza cuando le llega una oportunidad aunque ella no la vaya buscando. También puede significar que al no tener nada que hacer puede permitirse salir con otros hombres y tener relaciones con ellos. Se dice que Elvira es una buscona pues se acuesta con muchos hombres, pero sin embargo con el tiempo se va aciendo mayor y casi nadie se interesa por ella, y si se interesan no son los mejores hombres de la ciudad.
La señorita Elvira se calla y sigue fumando. Hoy está como algo destemplada, siente escalofríos y nota que le baila un poco todo lo que ve. La señorita Elvira lleva una vida perra, una vida que, bien mirado, ni merecía la pena vivirla. No hace nada, eso es cierto, pero por no hacer nada, ni come siquiera. Lee novelas, va al Café, se fuma algún que otro tritón y está a lo que caiga. Lo malo es que lo que cae suele ser de Pascuas a Ramos, y para eso, casi siempre de desecho de tienta y defectuoso.
1- Este es el último párrafo de la novela: ¿Qué visión nos ofrece Cela de las vida en esa España de posguerra?Pincha este enlace y verás este texto en la secuencia final de la película: Final de La colmena
En este párrafo Cela nos muestra una visión bastante pesimista de la vida en la España de posguerra, en la que la rutina y el día a día es siempre igual, bastante monótono y triste. Todo es igual y siempre ocurre lo mismo pero aún así nadie hace nada para cambiar esta situación.
La
mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de
los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo,
sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren
horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones. La mañana, esa
mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la
faz de la ciudad, ese sepulcro, es cucaña, esa colmena...
¡Que Dios nos coja confesados!
El Jarama
TEXTO 1: EL JARAMA, Rafael Sánchez Ferlosio
1- ¿En algún momento de este texto se puede ver una opinión del autor sobre la juventud española?
TEXTO 1: EL JARAMA, Rafael Sánchez Ferlosio
1- ¿En algún momento de este texto se puede ver una opinión del autor sobre la juventud española?
El autor en este texto nunca expresa directamente su opinión pero según la sensación que produce al leerlo y por el diálogo que escribe nos podemos percatar de sus inquietudes y de sus denuncias.
2- Sin embargo, es evidente que una vez leído el texto me queda una idea clara de cómo era para Sánchez Ferlosio esa juventud: ¿tiene inquietudes intelectuales? ¿tiene temas de conversación interesantes? ¿crees que es una juventud concienzada con la situación de España en aquellos momentos? ¿con esta juventud el Régimen de Franco tiene posibilidades de venirse abajo?
Esta juventud que podemos ver en el texto de Sanchez no tiene ninguna inquietud intelectual ni temas interesante, sin ninguna preocupación ni ideal sobre el futuro. Por lo tanto podemos dárnos cuenta de que no tienen ningún interés en cambiar la situación en la que se encuentran ya que no están concienciados de la situación española y tampoco parece que sea una generación capaz de acabar con la dictadura de Franco.
3- ¿Cómo crees que logra Sánchez Ferlosio darnos esta visión de la juventud española sin decírnoslo directamente?
Creo que el escritor nos da esta visión de la juverntud española por medio del diálogo que entablan los personajes de Tito y Lucita ya que es un diálogo insustancial, justo como lo quiere hacer parecer el autor. No lo dice directamente en ningún momento, ya que podían censurar partes del libro.
Desde el suelo veía la otra orilla, los párpados del fondo y los barrancos ennegrecidos, donde la sombra crecía y avanzaba invadiendo las tierras, ascendiendo las lomas, matorral a matorral, hasta adensarse por completo; parda, esquiva y felina oscuridad, que las sumía en acecho de alimañas. Se recelaba un sigilo de zarpas, de garras y de dientes escondidos, una noche olfativa, voraz y sanguinaria, sobre el pavor de indefensos encames maternales; campo negro, donde el ojo de cíclope del tren brillaba como el ojo de una fiera.
—Bueno, cuéntame algo.
Aún había muchos grupos de gente en la arboleda; se oía en lo oscuro la musiquilla de una armónica. Era una marcha lo que estaban tocando, una marcha alemana, de cuando los nazis.
—Anda, cuéntame algo, Tito.
—Que te cuente, ¿el qué?
—Hombre, algo, lo que se te ocurra, mentiras, da igual. Algo que sea interesante.
—¿Interesante? Yo no sé contar nada, vamos, qué ocurrencia. ¿De qué tipo? ¿Qué es lo interesante para ti, vamos a ver?
—Tipo aventuras, por ejemplo, tipo amor.
—¡Huy, amor! — sonreía, sacudiendo los dedos —. ¡No has dicho nada! ¿Y de qué amor? Hay muchos amores distintos.
—De los que tú quieras. Con que sea emocionante.
—Pero si yo no sé relatar cosas románticas, mujer, ¿de dónde quieres que lo saque? Eso, mira, te compras una novela.
—¡Bueno! Hasta aquí estoy ya de novelas, hijo mío. Ya está bien de novelas, ¡bastante me tengo leídas! Además eso ahora, ¿qué tiene que ver?, que me contaras tú algún suceso llamativo, aquí, en este rato.
Tito estaba sentado, con la espalda contra el tronco; miró al suelo, hacia el bulto de Lucita, tumbada a su izquierda; apenas le entreveía lo blanco de los hombros, sobre la lana negra del bañador, y los brazos unidos por detrás de la nuca.
—¿Y quieres que yo sepa contarte lo que no viene en las novelas? — le dijo —. ¿Qué me vas a pedir?, ¿ahora voy a tener más fantasía que los que las redactan? ¡Entonces no estaba yo despachando en un comercio, vaya chiste!
—Por hacerte hablar, ¿qué más da?, no cuentes nada. Pues todas traen lo mismo, si vas a ver, tampoco se estrujan los sesos, unas veces te la ponen a Ella rubia y a Él moreno, y otras sale Ella de morena y Él de rubio; no tienen casi más variación...
Tito se reía:
—¿Y pelirrojas nada? ¿No sacan nunca a ningún pelirrojo?
—¡Qué tonto eres! Pues vaya una novela, una en que figurase que Él era pelirrojo, qué cosa más desagradable. Todavía si lo era Ella, tenía un pasar.
—Pues un pelaje bien bonito — se volvía a reír —. ¡Pelo zanahoria!
—Bueno, ya no te rías, para ya de reírte. Déjate de eso, anda, escucha, ¿me quieres escuchar?
—Mujer, ¿también te molesta que me ría? Lucita se incorporaba; quedó sentada junto a Tito; le dijo:
—Que no, si no es eso, es que ya te has reído; ahora otra cosa. No quería cortarte, sólo que tenía ganas de cambiar. Vamos a hablar de otra cosa.
—¿De qué?
—No lo sé, de otra cosa. Tito, de otra cosa que se nos ocurra, de lo que quieras. Oyes, déjame un poco de árbol, que me apoye también. No, pero tú no te quites, si cabemos, cabemos los dos juntos. Sólo un huequecito quería yo.
TEXTO 2: LA MINA, Armando López Salinas
1- ¿Qué opina Laureano sobre las injusticias sociales?
Laureano piensa que cuando los ricos lo utilizan para sus propios bienes, para lo que quieren y lara satisfacers a ellos mismos. No piensan en el resto de las personas, de hecho incluso las manipulan, pagándolas para que hagan lo que ellos quieren. Su principal pensamiento es que la sociedad, incluyendo ricos y pobres se mueven por el dinero.
2-¿Crees que confía en que se pueda acabar con ellas?
El con la afirmación de que cada vez hay menos reyes gobernando confía en que los hombres como ya lo han hecho antes, cambien el mundo para mejor. Que piensen en ello y que se preocupen puede acabar con un cambio en esta situación.
3- ¿Quién crees que, en realidad, nos está transmitiendo estas ideas?
En realidad, aunque no aparezca en ningún momento del texto el que piensa y reflexiona sobre estas ideas es el autor del texto en este caso Armando López. Aunque también lo hace a través de dialogos y personajes.
—A mí me gustaría que nuestros hijos pudieran estudiar, que fueran algo en la vida —intervino Angustias.
—A mí no me parece mal que la gente tenga dinero; teniendo lo mío, no envidio a nadie. Lo que tenían que hacer los ricos es dar trabajo y no meter el dinero en el Banco —aseveró Joaquín.
—Lo tuyo, lo tuyo... ¿Qué es lo tuyo y qué es lo mío, «Granadino»? Tú eres un alma cándida. ¿Te crees que los ricos quieren el dinero para hacer obras de caridad? Lo quieren porque el dinero da el poder. Tienes dinero y le dices a un hombre que baile, y baila. ¿Se te encapricha cambiar las leyes o hacerlas a tu medida? Pues las cambias. ¿Quieres acostarte con una mujer, no importa cuál? Con billetes hay pocas que se resistan. El pobre, métetelo en la cabeza, vive si le dejan, y si no le dejan, ¡cágome en...!, lo entierran, y tal día hará un año.
—Laureano piensa mucho, pero ve la vida por el lao malo —intervino la mujer del «Asturiano».
—¿Por cuál lao la voy a ver? Por el que tiene.
—Yo digo que mientras se pueda ir tirando no hay que meterse en líos y dar gracias a Dios —dijo Angustias.
—Siempre ha habido ricos y pobres —afirmó Joaquín.
—Y antes mandaban los reyes, y ahora casi no hay más reyes que los cuatro de la baraja. Y decían que el mundo era plano, y resultó redondo y da vueltas alrededor del sol. Cada cosa es verdad en su tiempo. No hay más verdad que ésta: el hombre lo ha hecho todo y lo cambia todo. Yo he visto y leído mucho. Yo no soy un político ni un paniaguas de nadie; pero siempre le estoy dando vueltas a la cabeza pensando en las cosas. Mercedes dice que soy un tostón y que aburro a todo Dios.
LA RENOVACIÓN NARRATIVA EN ESPAÑA:
DE 1960 A 1975
TIEMPO DE SILENCIO
- A continuación tienes dos fragmentos de la novela. Léelos y contesta las siguientes preguntas:
Muecas en el centro y Pedro a la derecha
TEXTO 1
1-¿Dónde van Pedro y Amador?¿Para qué van allí?
Pedro y Amador en el texto se dirigen a la casa donde vive el Mueas y su familia, cerca de la montaña. Se dirigen allí para ver como va la cría de ratones que tiene este en su casa y para continuar con una investiación sobre un cáncer que llevaba a cabo el médico.
2-¿Quién es el Muecas?¿Cuántos miembros forman su familia? ¿Cómo duermen?¿Por qué?
El Muecas es el encargado de llevar la cría de ratones aunque también se dedica a recojer chatarra, vive en su casa con su familia formada por su mujer y sus dos hijas, aunque también tiene un primo que se encuentra haciendo la mili. Por la noche duermen los cuatro en un mismo colchón ya que de esa manera se conservaba mejor el calor, podía tener controladas a sus hijas e incluso tocarles las piernas y además ya se habían acostumbrado. Aunque la principal razón de esto es que así puede llevar a cabo una fase de cría de ratones, en la que las mujeres de la casa duermen con una ratona entre los pechos para darla calor.
3-Explica
el incidente de la limonada: ¿Qué ofrece el Muecas?¿Qué dice
Amador?¿Qué le contesta la hija del Muecas?¿Qué le reprende el Muecas a
su hija? ¿Crees que la reprende porque el Muecas es una persona amable?
Justifica tu respuesta
El Muecas, al llegar los dos personajes a su casa, le ofrece a don Pedro un vaso de limonada y este acepta. Al rato lo trae una de las hijas y Amador pide uno para él también. La hija le responde a Amador diciendo que no se lo traerá, a lo que el padre levanta la voz y le ordena a la niña que se lo traiga. Hace esto no por ser amable si no para quedar bien delante de Amador que les proporcionaba de vez en cuando ayuda económica y porque estaban en medio de un negocio.
El Muecas, al llegar los dos personajes a su casa, le ofrece a don Pedro un vaso de limonada y este acepta. Al rato lo trae una de las hijas y Amador pide uno para él también. La hija le responde a Amador diciendo que no se lo traerá, a lo que el padre levanta la voz y le ordena a la niña que se lo traiga. Hace esto no por ser amable si no para quedar bien delante de Amador que les proporcionaba de vez en cuando ayuda económica y porque estaban en medio de un negocio.
4-En este fragmento, se ve que también los miembros
de los estratos sociales más bajos como el Muecas tienen un
comportamiento interesado, es decir, que éste no es una característica
exclusiva de las clases altas. ¿Te recuerda esta forma de reflejar la
sociedad a la que tenía Galdós en las novelas contemporáneas? Explica tu
respuesta
Como ya nos mostró Galdós todos los humanos, sin depender de su estrato social tienen algún interés del que pueden sacar provecho. Sus situaciones nunca tendrán que ver con su bondad pues en alguna de sus novelas había pobres que no respetaban a mendigos ni les mostraban apoyo. En este caso el Muecas aunque viva en una chabola y no tenga mucho dinero trata bien y con demadiada amabilidad incluso a los huespedes Pedro y Amdor, pues sabe que puede sacar ganancias y provecho con este trabajo que ellos ofrecen.
Como ya nos mostró Galdós todos los humanos, sin depender de su estrato social tienen algún interés del que pueden sacar provecho. Sus situaciones nunca tendrán que ver con su bondad pues en alguna de sus novelas había pobres que no respetaban a mendigos ni les mostraban apoyo. En este caso el Muecas aunque viva en una chabola y no tenga mucho dinero trata bien y con demadiada amabilidad incluso a los huespedes Pedro y Amdor, pues sabe que puede sacar ganancias y provecho con este trabajo que ellos ofrecen.
5-Como ya sabes si has
explicado ya el argumento de la novela, Pedro tiene que efectuar un
aborto a la hija del Muecas después de que éste la hubiera dejado
embarazada. Ya aquí se sugiere esta relación incestuosa: ¿Dónde?
Esta relación incestuosa se puede haber sugerido cuando se dan motivos por los cuales duermen los cuatro en un mismo colchón. En la que el padre dice que por la noche le agradaba tocar las piernas de sus hijas de vez en cuando y que así las tenía controladas.
Esta relación incestuosa se puede haber sugerido cuando se dan motivos por los cuales duermen los cuatro en un mismo colchón. En la que el padre dice que por la noche le agradaba tocar las piernas de sus hijas de vez en cuando y que así las tenía controladas.
6-Explica todos los pasos que siguen para conseguir que se reproduzcan los ratones
El proceso comenzaba cuando el Muecas intrducía a las ratonas dentro de ua bolsa y entre los pechos de las mujeres de la casa, para que estuvieran en celo más rápidamente. Después sustraía cuidadosamente a las ratonas de las bolsas y las metía en una jaula especial para la cópula con los machos, que también introducía allí. Cuando las ratonas ya estaban embarazadas las sacaba de la jaula y las introducía en otras jaulas separadas para que parieran.
7-¿Qué imagen da este fragmento del estado de la ciencia en España? Explica tu respuesta
Este fragmento da una visión muy negativa y pésima del estado de la ciencia en España ya que un doctor, don Pedro, tendrá que recurrir a un hombre que cría ratones en su chabola para poder llevar a cabo sus experimentos sobre un cáncer. Incluso el dueño de la chabola cree que tiene razón al explicar la teoría sobre la enfermedad y que su método para poner en el celo a las ratonas es correcto y efectivo.
8- Localiza en el texto anterior algún ejemplo de ironía (decir lo contrario de lo que, en realidad, se quiere decir)
Se puede ver un claro ejemplo en esta parte:
"Atónito escuchaba don Pedro aquella teoría etiológica del cáncer espontáneo a frigore interesado en saber qué consecuencias profilácticas Muecas había deducido, las que habían sido hábiles no sólo para conservar la vida de los ratones, sino para asegurar su reproducción."
En la que en realidad quiere decir que la teoría de el Muecas probablemente no tenga ningún y que el estado de la chabola donde crían los ratones talvez no sea la más higiénica.
9-
Una de las características del estilo de la novela es el uso de un
lenguaje muy eufemístico (no decir las cosas de una manera directa sino
mediante un rodeo, incluso a veces contrasta el lenguaje tan bello y
elaborado con la realidad tan desagradable que está
describiendo).Localiza algún ejemplo poniendo después lo que en realidad
dice. Por ejemplo: "Efectivamente, la redondeada consorte del Muecas,
que en contradicción con su marido, gozaba de una acentuada lisura e
inmovilidad de rostro, escuchaba como si oyera la interpretación de una
sinfonía aquella conversación" = "La mujer gorda del Muecas que, a
diferenia de éste, no tenía arrugas oía lo que hablaban sin entender
nada"
"En esto, entraba por la puerta de la chabola, cortando otra vez el paso de la luz, un grueso cuerpo de mujer casi redondo, cubierto de telas pendientes de ese color negro que, con el paso de los años, va virando de una parte a pardo, de otra a verdoso, de modo comparable al colorido de las alas de algunas moscas caballunas y de algunas sotanas viejas" = Entró por la puerta una mujer gorda, vestida con ropa vieja y harapos de color negro o marrón.
"Ya para entonces salía la descendencia del Muecas en sus funciones de homenaje a través de los velos que celaban el resto de sus propiedades inmuebles y, sonriendo con risa bobalicona que descubría el grueso trazo rojo de sus encías superiores sobre los dientes blancos y pequeños en medio de un rostro redondo, ofrecía en un vaso un poco de agua en la que debía haber exprimido un limón a juzgar por una pepita que como pequeño dirigible flotaba."= Apareció la hija de el Muecas con una gran sonrisa y con un vaso de limonada para el invitado.
"Una serie de objetos heteróclitos que debía haber logrado extraer -como presuntamente valiosos- del montón de basura con el que desde hacía unos meses tenía concertado un acuerdo económico dé aprovechamiento."= Había recogido una serie de chatarra que parecía valiosa de un montón que le habían dejado aprovechar.
"En esto, entraba por la puerta de la chabola, cortando otra vez el paso de la luz, un grueso cuerpo de mujer casi redondo, cubierto de telas pendientes de ese color negro que, con el paso de los años, va virando de una parte a pardo, de otra a verdoso, de modo comparable al colorido de las alas de algunas moscas caballunas y de algunas sotanas viejas" = Entró por la puerta una mujer gorda, vestida con ropa vieja y harapos de color negro o marrón.
"Ya para entonces salía la descendencia del Muecas en sus funciones de homenaje a través de los velos que celaban el resto de sus propiedades inmuebles y, sonriendo con risa bobalicona que descubría el grueso trazo rojo de sus encías superiores sobre los dientes blancos y pequeños en medio de un rostro redondo, ofrecía en un vaso un poco de agua en la que debía haber exprimido un limón a juzgar por una pepita que como pequeño dirigible flotaba."= Apareció la hija de el Muecas con una gran sonrisa y con un vaso de limonada para el invitado.
"Una serie de objetos heteróclitos que debía haber logrado extraer -como presuntamente valiosos- del montón de basura con el que desde hacía unos meses tenía concertado un acuerdo económico dé aprovechamiento."= Había recogido una serie de chatarra que parecía valiosa de un montón que le habían dejado aprovechar.
-¡Cuánto bueno por aquí, don Pedro! ¡Cuánto por aquí! ¿Por qué no me has avisado?
Siendo esa pregunta dirigida a su amigo y casi pariente.
-Adelante. Pasen ustedes y acomódense.
No de otro modo dispone el burgués los agasajos debidos a sus iguales haciéndoles pasar a la tranquila, polvorienta y oscurecida sala, donde una sillería forrada de raso espera el honroso peso de los cuerpos de aquellas personas que, dotadas de análoga jerarquía que los propios dueños de la casa, pueden ocupar sus sitiales y disponerse durante lapsos de tiempo variables a una conversación que -aunque aburrida y vacía- no deja de confortar a cuantos en ella participan a título de confirmación indirecta de la pertenencia a un mismo y honroso estamento social. Así Muecas dispuso que don Pedro tomara asiento en una a modo de cama hecha con cajones que allí había y que en ausencia de sábanas cubría una manta pardusca. Y componiendo en su rostro los gestos corteses heredados desde antiguos siglos por los campesinos de la campiña toledana y haciendo de su voz naturalmente recia una cierta composición meliflua, consiguió articular con algún esfuerzo:
-Tomarán ustedes un refresco.
Tras lo que, olvidando momentáneamente su propósito de control prolongado del timbre áspero de su voz, gritó:
-¡Flora, Florita! ¡Trae una limonada en seguida! Que está el señor doctor.
Oyéronse unos ruidos secos y confusos en la parte de la chabola oculta a la vista desde la entrada por una tela colgante de color rojizo y naturaleza indefinida. A pesar de las protestas de don Pedro y de la risa socarrona de Amador, Muecas se obstinó en acelerar la marcha de los acontecimientos metiendo su cabeza crespa a través de este telón divisorio y rugiendo en voz baja diversas órdenes ininteligibles.
Reapareció más tarde componiendo su personalidad social en los diversos matices de la expresión del rostro (con dificultosa contención del tic irreprimible), de la inflexión vocal y hasta de la actitud corporal que se modificó en una tendencia apenas realizada de juntar sus hombros hacia adelante redondeando al mismo tiempo las espaldas.
Amador se había sentado en uno de los objetos que el Muecas ordenaba, que resultó ser una olla oxidada con un agujero. Pero así acomodado volvía sus espaldas a la puerta y la carencia de luz del interior de la chabola se hacía más evidente, por lo que el visitado dijo:
-Vamos, Amador. Échate a un lado. ¿No ves que quitas la luz al señor doctor?
Ya para entonces salía la descendencia del Muecas en sus funciones de homenaje a través de los velos que celaban el resto de sus propiedades inmuebles y, sonriendo con risa bobalicona que descubría el grueso trazo rojo de sus encías superiores sobre los dientes blancos y pequeños en medio de un rostro redondo, ofrecía en un vaso un poco de agua en la que debía haber exprimido un limón a juzgar por una pepita que como pequeño dirigible flotaba.
-¡Dásela, Florita! Que se refresque el señor doctor.
-Tenga, señor doctor -se atrevió a decir Florita poniéndose algo colorada, pero haciendo chocar su mirada negra con la también azorada de don Pedro.
Éste no osaba fijar la vista en ninguno de los detalles del interior de la chabola, aunque la curiosidad le impulsaba a hacerlo, temiendo ofender a los disfrutadores de tan míseras riquezas, pero al mismo tiempo comprendía que el honor del propietario exige que el visitante diga algo en su elogio, por inverosímil y absurdo que pueda ser.
-Está fresca esta limonada -eligió al fin.
-Estos limones me los mandan del pueblo -mintió Muecas con voz de terrateniente que administran lejanos intendentes- y perdonando lo presente, son superiores.
-¿Quiere usted otra? -dijo Florita.
Oferta a la que don Pedro opuso una rápida y firme negativa mientras que Amador decía confianzudo:
-Tráemela a mí, chavala.
-No se hizo la miel para la boca del asno -fue la vernácula respuesta de la moza con la que hizo visible que, del mismo modo que su padre, también ella era capaz -aunque más joven- de inventarse dos distintas personalidades y utilizarlas alternativamente según el rango de su interlocutor.
-¡Dásela! -ordenó el padre más consciente de los lazos de tipo económico aseguradores de la subsistencia de la honrada familia que le unían con un miembro de la plantilla del Instituto, al que por otra parte debía no especificados favores y con el que había mantenido en guerra relaciones de camaradería que más tarde habían procurado los dos dejar sumidas en un profundo silencio, pero que no habían olvidado.
-Y no seas tan arisca con el tío Amador -añadió redondeando este nuevo género de homenaje, menos refinado socialmente hablando, pero quizá más definitivamente necesario en última instancia.
En esto, entraba por la puerta de la chabola, cortando otra vez el paso de la luz, un grueso cuerpo de mujer casi redondo, cubierto de telas pendientes de ese color negro que, con el paso de los años, va virando de una parte a pardo, de otra a verdoso, de modo comparable al colorido de las alas de algunas moscas caballunas y de algunas sotanas viejas.
-Usted perdonará, señor doctor -presentó el Muecas-, pero ésta es mi señora y la pobre no sabe tratar. Discúlpela que es alfabeta. Mira, Ricarda, éste es el señor doctor que nos honra con su visita.
-Por muchos años -dijo Ricarda. Ella traía una de las faldas que cual capas concéntricas acebolladas la recubrían, vuelta hacia sus manos y en ella un contenido indescriptible que, según dedujo Amador, era el pienso para los ratones. Esto le dio oportunidad para entrar en materia suspendiendo, por el momento, las muestras de hospitalidad y cortesía.
-Bueno, a lo que veníamos -dijo- que don Pedro no puede perder su tiempo en monsergas.
-Usted dirá, señor doctor.
-El señor doctor lo que quiere -especificó Amador- es saber si tiene que meterte en la cárcel o no.
-¿Qué me dices? -exclamó bruscamente alarmado el Muecas, mientras que, no menos alarmado, don Pedro se deshacía en gestos denegatorios al mismo tiempo con la cabeza y con las dos manos (libre ya la derecha de la áspera limonada) para acabar diciendo:
-Nada de eso. Al contrario, agradecerle a usted si los ha cuidado bien y ha conseguido que críen.
-¡Ah! Las ratonas -dijo el Muecas algo tranquilizado.
-Las ratoncitas, las ratoncitas -rió Florita olvidando su papel de modestia ruborosa-. Ya lo creo que crían las muy bribonas, ya lo creo. Mis sudores me cuesta y hasta algún mordisco.
Diciendo estas palabras desabotonó algo su vestido por el escote y efectivamente mostró a todos los presentes, en el nacimiento de su pecho, dos o tres huellecitas rojas que pudieran corresponder a las
estilizadas dentaduras de las ratonas en celo.
-Todo era por el frío -aclaró el Muecas pozo de sapienza, tomando su talante más solemne y componiendo el rostro-. Seguro que en las Américas las tienen en incubadora. Y no como aquí que estamos en la zona templada.
Amador le miraba socarrón y casi reía, pero haciendo caso omiso del efecto que producían en su viejo camarada de armas estos pingajos deslucidos de una cultura cuyos orígenes permanecían enigmáticos, continuó:
-Es cosa sabida, que el calor da la vida. Como en las seguidillas del rey David. Dos doncellas le calentaban, que si no ya hubiera muerto. Y lo mismo se echa de ver en las charcas y pantanos. Basta que apriete el sol para que el fangal se vuelva vida de bichas y gusarapos. No hay más que
ver los viejos apoyados en las tapias en invierno. ¿Qué sería de ellos si no fuera por el calorcillo de las tres de la tarde? Ya no habría viejos. Así les pasaba a ellas. ¿Cómo les iba a llegar el celo si no tenían calor ni para seguir viviendo? Por eso se les hinchaban esos como testículos, con perdón, y cuando se morían que usted se quemaba las pestañas en estudiar el porqué, no era más que de frío.
Atónito escuchaba don Pedro aquella teoría etiológica del cáncer espontáneo a frigore interesado en saber qué consecuencias profilácticas Muecas había deducido, las que habían sido hábiles no sólo para conservar la vida de los ratones, sino para asegurar su reproducción.
-¿Adónde va usted a parar, padre? Y cómo que se engloria en sus explicaciones y no hay quien lo pare. Lo que es mi padre debía haber sido predicador o sacamuelas. Y aún dicen de él que es bruto. Bruto no le es más que en lo tocante a caráter, pero no en el inteleto.
-¡Calla, tonta! -protestó modestamente-. El hecho es que dándoles el calor natural que les falta los ratones crían y ya veo que usted sabía adónde venir a buscarlos. Aquí los tengo, sí señor doctor, a los hijos de los hijos que no quiero llamar nietos, ya que no parece cosa de animales reconocer tanta parentela. Y también a los hijos de los hijos de los hijos.
-O séase los biznietos -rió Amador coreado por Florita, que había dado ya definitivamente al olvido sus rubores desde el punto en que enseñó su escote y en él las marcas que la calificaban como mártir de la ciencia.
-Padre lo ingenió todo. Pero yo y mi hermana las que tuvimos que cargar con la pejiguera de las ratoncitas.
-Calla, hija. Y no hables más que cuando te pregunten. Mira tu madre qué callada está y qué poco molesta. Y, sin embargo, aguantó la misma pejiguera.
Efectivamente, la redondeada consorte del Muecas, que en contradicción con su marido, gozaba de una acentuada lisura e inmovilidad de rostro, escuchaba como si oyera la interpretación de una
sinfonía aquella conversación. Era evidente que a pesar de no entender jota de lo que se decía, gozaba con los sonidos que los presentes exhalaban. Para ser menos engorrosa se había sentado en el suelo y sus piernas redondas, blancas y sin tobillo asomaban bajo la halda de sus múltiples coberturas, mientras mantenía aún firmemente en su regazo el pienso de los milagrosos ratones.
-¿Puedo preguntar cómo les dio usted ese calor natural? -dijo don Pedro tras unos minutos de asombrada escucha.
-Puede usted preguntarlo, pero yo no se lo diré por respeto.
-Bueno -terció Amador-. Ya me lo dirá a mí más tarde. Vamos a ver ahora esos biznietos y sepamos si son bastardos o no lo son. Porque si lo fueran, para nada los querremos. Tiene que ser hermano con hermana y a lo más hija con padre.
-Así lo son -afirmó rotundo.
Pero no hubo más. Muecas no quiso enseñar sus instalaciones. Prometió llevar las crías a1 punto y hora indicados, pero no quiso que sé molestaran en penetrar más adelante en su guarida. La curiosidad era demasiado grande para que don Pedro consintiera ahora en marcharse después de haber bebido íntegra su limonada. Necesitaba llegar hasta el fondo de aquella empresa de cría de ratones que -simultáneamente- era empresa de cría humana en condiciones -tanto para los ratones como para los humanos- diferentes de las que idealmente se consideran soportables. Los olores que tras el colgante velo rojizo llegaban a la zona más densamente habitada de la chabola, la misma presencia a sus pies de la mole mansa y muda de la esposa, las mordeduras de la muchacha toledana formaban, junto con la mentalidad científico-razonante del Muecas, un conjunto del que no podía apartarse fácilmente y que quería conocer aunque en el intento hubiera tanto de fría curiosidad como de auténtico interés, tanta necesidad de conseguir ratones para su investigación como concupiscencia por ver la carne del hombre en sus caldos más impuros.
En la parte interior de la chabola del Muecas estaba el campo de cultivo de la raza cancerígena. Cada ratón estaba metido en una jaula de pájaro de alambre oxidado. Estas jaulas habían sido obtenidas en los montones de chatarra y rudamente reparadas por el propio Muecas con ayuda de su hija, la pequeña, que tenía dedos hábiles. Las jaulas estaban colgadas por las paredes de la estancia. En sus comederos blancos de loza, la compañera colocaba el pienso traído en su falda. La pequeña habitación estaba hecha de tableros algo abarquillados por la humedad, pero en lo esencial lisos. Las hendiduras entre los tableros habían sido tapadas con trapos viejos consiguiendo así un compartimiento estanco. Las jaulas estaban colgadas artísticamente al tresbolillo, procurando una distribución armoniosa de los huecos, de las luces y de las sombras como en una pinacoteca cuyo dueño -excesivamente rico- ha comprado más cuadros de los que realmente caben. En el suelo de esta reducida habitación había un gran colchón cuadrado. Por un lado entraban los cuerpos del Muecas y su consorte, por el otro lado los más esbeltos de sus dos hijas núbiles. En el pequeño colchón del aposento anterior en que se había sentado don Pedro, solía dormir un primo que ahora estaba en la mili. Pero seguían durmiendo los cuatro juntos en el colchón grande por varios motivos: porque los cuatro cuerpos juntos elevaban la temperatura de la cámara estanca (así pasaban menos frío, así estaban también mejor los ratones según la teoría del Muecas). Porque ya se habían acostumbrado. Porque al Muecas le agradaba tropezar de noche con la pierna de una de sus hijas. Porque así las tenía más vigiladas y sabía dónde estaban durante toda la noche que es la hora más peligrosa para las muchachas. Porque se necesitaban menos sábanas y mantas para poder vivir, habiendo sido por el momento pignoradas las que utilizaba el mozo en edad militar. Porque el olor de los cuerpos -cuando uno se acostumbra- no llega a ser molesto resultando más bien confortable. Porque el Muecas se sentía, sin saber lo que significaba esta palabra, patriarca bíblico al que todas aquellas mujeres pertenecían. Porque la consorte del Muecas le tenía algo de miedo y no podría soportar sus cóleras sin la problemática ayuda de la presencia muda de sus hijas. Porque la última ratio de la reproducción ratonil consiste en conseguir el celo de las ratoncitas de raza exótica. Porque el Muecas había dispuesto tres bolsitas de plástico donde se metían las ratonas y eran colgadas entre los pechos de las tres hembras de la casa. Porque creía que con este calor humano el celo se conseguía dos veces más fácilmente: por ser calor y por ser calor de hembra. Porque no quería que este proceso de maduración de la mucosa vaginal de las ratonas pudiera interrumpirse si sus rapazas durmieran en la cámara exterior donde faltando un adecuado cierre de los huecos entre los tableros y la promiscuidad nocturna, el calor era más escaso. Cuando el celo de la ratona se había conseguido, el Muecas la extraía cuidadosamente de la bolsita de plástico donde había pasado varias noches y la depositaba en la jaula talámica donde el potente garañón era conducido también siempre apto para la cópula y especialmente proclive a ella al percibir los estímulos aromáticos del estro. Esta jaula copulativa estaba tapizada de arpillera aderezada con guata y miraguano, materiales ellos aptos para la construcción del nido pero que luego el Muecas sustraía a las hembras grávidas fuera de la hora del amor, como si pensara que la visión de tales riquezas para el alhajamiento del futuro hogar pudiera estimular su entusiasmo afrodisíaco. Una vez iniciada la gestación nunca volvieron a gozar de tales guatas y miraguanos que hubieran encarecido de modo excesivo los gastos de cría, sino que tenían que arreglarse con un poco de paja común en sus aéreos palacetes. Las ratonitas o ratonitos, una vez nacidos, sé anunciaban con una música sutilísima de pequeños píos ruiseñoriles, mientras que las madres, a diferencia de la especie humana, eran capaces de parir sin gritar en reverente silencio ante los misterios de la naturaleza que en ellas mismas se realizaban. Conseguido este parto pudibundo y a veces nocturno, la mañana de la familia muequil era alegrada por los juveniles píos y las muchachas se reían desde la misma cama, envueltas en sus camisones blancoscuros, sin manga, gritando: «Padre, ya parió la de arriba», «Padre, ya parió la mía, la que me dio el mordisco», «Padre, ya le dije que estaba mal cubierta, está sólo llena de aire y de indecencia la muy guarrona que comía sin parar y luego no le dejó al Manolo que estaba todo triste», «¡Qué se habrá creído la muy monja, más que monja!». Muecas, si había bebido demasiado la noche antes, no hacía caso de los gritos de sus hijas y metía la cabeza otra vez bajo la manta gruñendo mientras que la redonda consorte laboraba en la parte de afuera o había ya partido hacia el montón de basura contratado.
TEXTO 2
Pedro
Este fragmento es el final de la novela
cuando Pedro, tras su fracaso profesional y personal, se marcha de
Madrid. Está buscando un taxi que le lleve a la estación de Príncipe
Pío. Lélo y contesta las siguientes preguntas:
1- El fragmento es un claro ejemplo de uno de
las técnicas narrativas nuevas que Luis Martín Santos introduce en la
novela. ¿Cómo se llama esta técnica? ¿En qué consiste? ¿Por qué crees
que lo que en ella aparece no tiene ninguna lógica?
Esta técnica que utiliza Luis Martín se llama monólogo interior y consiste en relatar todo lo que piensa un personaje tal y como le aparecen en la consciencia. Son pensamientos íntimos que no son ni oídos ni pronunciados que no tienen ningún orden aparete y sin ninguna explicación. No tiene ninguna lógica tampoco pues lo que está relatando son pensamientos que brotan en tu cabeza sin ningún motivo aparente y que están bastante cerca del inconsciente.
2- A continuación tienes una lista de todos
los pensamientos que se le van mezclando mientras busca taxi y llega a
la estación de Príncipe Pío. Númeralos por orden de aparición:
- Tiene que comprar una novela policiaca del inspector Maigret (10)
-Los mozos de la estación son fuertes (11)
-Ahora va a un pueblo donde podrá cazar (5)
-No hay auténticos amigos (2)
-No sabe quién fue Príncipe Pío (1)
-Las ancas de rana están muy buenas(6)
-Se va por el mismo sitio por donde llegó(3)
-En la estación hay ascensores para bajar(9)
-Las autopsias no sirven para nada(4)
-Recuerda a Florita muerta en la chabola(7)
-En el nuevo pueblo se va a aburrir(8)
sepa distinguir entre la una y la otra muertas, puestas una encima de otra en el mismo agujeró: también a ésta autopsia. ¿Qué querrán saber? Tanta autopsia; para qué, si no ven nada. No saben para qué las abren:un mito, una superstición, una recolección de cadáveres, creen que tiene una virtud dentro, animistas, están buscando un secreto y en cambio no dejan que busquemos los que podíamos encontrar algo, pero qué va, para qué, ya me dijo que yo no estaba dotado y a lo mejor no, tiene razón, no estoy dotado. La impresión que me hizo. Siempre pensando en las mujeres. Por las mujeres. Si yo me hubiera dedicado sólo a las ratas. ¿Pero qué iba a hacer yo? ¿Qué tenía que hacer yo? Si la cosa está dispuesta así. No hay nada que modificar. Ya se sabe lo que hay que aprender, hay que aprender a recetar sulfas. Pleuritis, pericarditis, pancreatitis, prurito de ano. Vamos a ver qué tal se vive allí. Se puede cazar. Cazar es sano. Se toma la escopeta de dos cañones como el tío Miguel, el hombre de la bufanda y pum, pum, muerta. Hay muchas liebres porque los cultivos son pocos. Es una gran riqueza de caza, el monte salvaje. Cazar, cazar todos los días de fiesta y por la tarde en verano, cuando ya ha caído el sol, entre los rastrojos y la jara a por liebres. Las perdices en el rastrojo, gordas como mujeres, después de la siega; en el rastrojo van cayendo, perseguidas a caballo. No pueden correr de tanto grano que han comido y el tío Miguel las va cogiendo con la mano cuando pierden el aliento. ¡Qué rica la perdiz en salsa de perdiz, espesa, caliente, marrón como con aguas verdes! Y las ancas de rana; a las ranas se las coge sin cebo, sólo con un trapo rojo atado a un hilo,echan su lengua retráctil, la meten en la boca con el trapo y ya está; ancas de rana, igual a pechuga de pollo. ¡Qué buenas! Ancas redonditas, blancas; hace diez años que no veo más ranas que para estudiar la circulación mesentérica en vivo, los hematíes pálidos corno lentejas viudas por la red capilar y el animal desnudo, sin piel, ni pelo, ni pluma, ya desollado antes de que se le agarre, hecho un san Martín, el animal desnudo con su aspecto de persona muerta antes de que se le mate, sólo las lentejas circulando por la red venosa del mesenterio, la vivisección. Esto es, la vivisección, las sufragistas inglesas protestando, igual exactamente, igual que si fuera eso, la vivisección. Ellas adivinan que son igual que las ranas si se las desnuda, en cambio Florita, la desnuda forita en la chabola, florecita pequeña, pequeñita, florecilla le dijo la vieja, florecita la segunda que... ajjj... Me voy, lo pasaré bien. Diagnosticar pleuritis, peritonitis, soplos, cólicos, fiebres gástricas y un día el suicidio con veronal de la maestra soltera. Las muchachas el día de la fiesta, delante de la procesión, detrás del palio, rojas, carrilludas, mofletudas, mirando de lado hacia donde yo estoy asqueado de verlas pasar, mirando sus piernas, sentado en el casino con dos, cinco, siete, catorce señores que juegan al ajedrez y me estiman mucho por mi superioridad intelectual y mi elevado nivel mental.Ya está, P.Pío. Sí por arriba. Luego,
se baja en un ascensor gratis con un tornillo por debajo que parece que le están dando... Comprar un megret para el tren,hace tiempo que no leo policíacas, a mí policíacas. Por qué serán siempre gallegos los mozos, qué gana un mozo, dónde tiene oculta toda esa fuerza. Tendrían que coger los gallegos o asturianos porque andaluces y manchegos no podrían. Hace falta fuerza. Son sanguíneos,sonrientes,grasientos,humildes, saben que son mozos de cuerda, se lo tienen bien sabido, no pretenden otra cosa que ser mozos del exterior, mozos del interior, llevar cuantos más bultos. Les basta contar uno, dos, tres,
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